Ahora que ya se levantó la carpa verde (nunca sabremos si el color era en homenaje a la soja o a los dólares) quizás vaya siendo tiempo de volver a hablar de literatura (¿pero había dejado de hablar de literatura?). Hace algunos meses, en esta misma página, comenté tres primeras novelas de autores argentinos. De inmediato, un distinguido blog dedujo que la intención de ese artículo era “operar en la formación del nuevo canon joven”. La tontería es democrática y circula por igual en todas partes (sólo que en los blogs, gracias a la banda ancha, lo hace más rápido). Pues bien, ahora me dispongo a operar en la nueva literatura española (prospera en Buenos Aires la idea de que en el campo literario español sólo hay plata y nada más. Es cierto a medias: hay mucha plata, pero también más de un buen escritor).
En los tres mil doscientos caracteres que me restan hasta terminar esta nota, pienso mencionar al menos tres de esos buenos escritores jóvenes (en un artículo también anterior, ya había escrito sobre Mercedes Cebrián, excelente poeta y narradora madrileña nacida en 1971, de la que sólo diré que está por venir a Buenos Aires a participar de varias lecturas públicas. La información completa seguramente se encuentra en los blogs). El primero entonces es Jorge Carrión, nacido en Tarragona en 1976 (bastante conocido en España por ser el director de la revista Quimera, además de ser colaborador en suplementos literarios). Carrión había publicado un par de libros de crónicas (uno de ellos sobre un viaje a Australia) y ahora la editorial Del Zorzal acaba de publicar La piel de La Boca, una impecable narración (a mitad de camino entre la crónica y la nouvelle) sobre ese barrio porteño en el que pasó una temporada. Carrión (que evidentemente tiene buen gusto literario: comienza con una cita de Salvador Novo) marca de entrada un tono tan crudo como irónico: “Soy bastante moderno y en muchos países paso por nativo”. Pero inmediatamente un hecho de violencia (un intento de robo) lo arroja a una posición que podría denominarse de perplejidad. Un afuera de los parámetros habituales (La Boca en parte es eso, un afuera de todo, y Buenos Aires también en parte es eso, y la mejor literatura argentina en parte también es eso). Y desde ese carácter de extrañeza, Carrión hila un relato (con la voz siempre presente de los entrevistados nativos) que hace de la economía de recursos su precepto y de la inteligencia su forma de expresión.
Elvira Navarro nació en Huelva en 1978. En la editorial Caballo de Troya publicó La ciudad en invierno: es el mejor libro de cuentos que leí en mucho tiempo. Compuesto por cuatro relatos protagonizados por el mismo personaje (el primero es quizás el menos logrado, en donde más se nota que estamos frente a un primer libro, los tres restantes son simplemente magistrales) la escritura de Navarro es de una precisión radical: el mundo de la niñez y la adolescencia femenina es escrutado con una mirada que conjuga perversidad con discreción de un modo realmente asombroso. Que su libro no circule en Buenos Aires es una de esas injusticias que alguna pequeña editorial independiente local debería reparar con urgencia.
Julián Rodríguez (Cáceres, 1968) es quizás el más conocido de los tres. Director de la preciosa editorial independiente Periférica, publicó tres o cuatro libros antes de Cultivos, de reciente aparición en Mondadori. Narración autobiográfica (que integra una serie mayor llamada Piezas de resistencia) está escrita de a pequeños golpes duros. O mejor dicho: escrita bajo la forma de una tensión entre la digresión temática (el pasaje del campo a la ciudad, la fotografía, la sexualidad, el absurdo) y la sequedad de los párrafos. En última instancia, Cultivos es una apasionante novela sentimental inmersa en una narración que sospecha de la idea misma de lo sentimental.
Terminados esos libros, me dispongo a leer otro fenomenal escritor joven español: Juan Benet.