Un oficialismo muy fortalecido; una oposición fragmentada y carente de liderazgos efectivos. Con algo menos del 40% de los sufragios, si se mantienen en octubre las tendencias que surgen de estas PASO, el Gobierno está avanzando muy firmemente hacia su consolidación en el poder. A pesar de las dificultades económicas y de una infinidad de errores no forzados, Cambiemos está logrando superar el desafío de esta elección de mitad de mandato con peculiar suficiencia. Sin embargo, el sistema político sigue inestable, pues está emergiendo de estas elecciones totalmente desbalanceado. Casi dos tercios de los argentinos parecen no encontrar mecanismos adecuados, efectivos y conducentes para procesar y canalizar sus demandas, para hacer oír su voz.
El peronismo sigue experimentando derrotas inusitadas, en bastiones que parecían inexpugnables: esta vez fue el turno de San Luis, La Pampa, Córdoba y Entre Ríos. Por su parte, Cristina no sale de su propio laberinto y encuentra techos cada vez más acotados no sólo en materia electoral sino, aun más importante, en su capacidad de influir en la agenda política y de concitar el apoyo de sus ex súbditos, los escasos gobernadores justicialistas que siguen dominando sus territorios: compiten entre ellos para ver quién es más determinante en el recurrente hábito de desconocer su liderazgo. Y hasta de pretender jubilarla.
Con lo justo. Ratificando su predilección por jugar al fleje, Mauricio Macri y Cambiemos obtuvieron sin embargo una victoria contundente por partida triple: quedó desdibujado el cuco de CFK (inflado por los propios estrategas amarillos pero creído por buena parte de sociedad y sobre todo por el mercado financiero); Massa hizo una pésima elección y está obligado a reinventar no sólo su campaña sino, sobre todo, su futuro; y Lousteau, el último pasajero involuntario del carro de los economistas escarmentados, perdió por goleada en la ciudad de Buenos Aires y será por mucho tiempo recordado como el ejemplo de lo que les pasa a los que resisten la disciplina de “jugar en equipo”.
Vale la pena recordar que este triunfo minimalista y parcial de Cambiemos luce magro, si no insuficiente, en comparación con las primeras elecciones legislativas que enfrentaron presidentes anteriores. En efecto, el aproximadamente 37% a nivel nacional obtenido por la coalición liderada por Macri está por debajo del 42,37% logrado por Alfonsín en 1985, del 40,22% de Menem en 1991 y del 45,1% de Kirchner en 2005 (para senadores; en el caso de diputados esa cifra fue bastante menor). Sin embargo, en la provincia de Buenos Aires, liderada por María Eugenia Vidal, Cambiemos logró una mucho mejor elección que el FpV tanto en 2009 como en 2003.
De este modo, avanza la coalición gobernante en todo el país impulsada por excelentes elecciones en los distritos más poblados. Más allá del resultado del escrutinio definitivo en la provincia de Buenos Aires, es evidente que el kirchnerismo no logró hacer pie en su único gran bastión a nivel nacional.
Mapa. Mientras tanto, el mapa continúa pintándose de amarillo: se sumaron distritos inesperados como San Luis, que parecía destinada a ser liderada eternamente por un Rodríguez Saá, o Formosa capital, donde Gildo Insfrán sintió por primera vez en su carrera qué significa obtener menos sufragios que sus contendientes (y eso que Luis Naidenoff se las arregló casi solo, sin demasiado apoyo de la Casa Rosada). La balanza también se inclinó a favor del oficialismo en un distrito históricamente peronista como La Pampa. Lo de Santa Cruz podría considerarse, para los Kirchner, una desgracia con suerte: Cambiemos ganó por amplio margen. Si hubiera estado peleado cabeza a cabeza, como en la provincia de Buenos Aires, tal vez habrían llovido reproches por el faltazo de Cristina y su familia.
Uno de los hombres más creativos del Gobierno reconocía que, en algún sentido, semejante victoria generaba algunas dificultades inesperadas. En particular, Cambiemos descontaba que el Gringo Schiaretti se convertiría desde la centralidad natural de Córdoba, y dada su amistad con el Presidente, en un actor esencial para coordinar al resto de los gobernadores peronistas y, de ese modo, conformar una contraparte con quien acordar la agenda legislativa e incluso algunas prioridades estratégicas. Veremos qué ocurre en octubre, pero por ahora su derrota lo aleja al menos parcialmente de ese rol: ganar sigue siendo condición necesaria para mandar dentro del peronismo. En ese vacío, parecen surgir otros referentes, sobre todo Manzur en Tucumán y Uñac en San Juan. Se trata de voceros generacionales de un justicialismo más republicano, en el que Juan Manuel Urtubey se destaca como el precandidato presidencial mejor instalado. Aunque su imagen deba todavía crecer y consolidarse en las grandes ciudades. Es aquí donde surge un nuevo papel para Sergio Massa y, en algún sentido, el propio Florencio Randazzo: complementar al “peronismo periférico” con un piso de votos y de poder en la provincia de Buenos Aires. Eso le aseguraría al oficialismo no sólo gobernabilidad a nivel nacional sino fundamentalmente en el distrito más complicado, donde Cristina aún demuestra alguna capacidad de daño.
Rol sindical. La CGT intentará disimular sus divisiones internas y la debilidad de su conducción con un mayor protagonismo en los próximos días; no obstante ello, las visiones y los diagnósticos más radicalizados no son respaldados por los referentes de mayor peso. Por el contrario, la mayoría de los dirigentes más tradicionales tienen muy buenos vínculos, incluso personales, con Macri y sus principales colaboradores. Y están satisfechos con el resultado de las PASO. Es decir, con el empate técnico o la victoria escasa y potencialmente pírrica que pueda mostrar Cristina.
Algunos sugieren que es necesario recuperar un liderazgo más sólido y en mejor sintonía con el oficialismo, sobre todo si la economía continúa recuperándose. Se vienen debates fundamentales sobre la cuestión tributaria, el financiamiento del sistema previsional, tal vez algunos aspectos del mercado de trabajo. Si en algún momento la ola reformista llega a abarcar el financiamiento y la calidad de la salud pública, los viejos zorros sindicales prefieren estar cerca e influir en el proceso decisorio.