En la semana que pasó, vivimos otra batalla épica del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner. Esta vez fue contra el imperialismo tomatero, que intentaba quedarse con los dineros del pueblo. Afortunadamente, el equipo económico solucionó el problema, aunque resta definir el algoritmo que permitirá establecer una relación justa entre el tamaño de cada tomate y su precio, mientras se discute en qué categoría colocar a los pequeños y consistentes tomates cherry. Pero, seguramente, con la ayuda de alguna supercomputadora de la NASA, durante el fin de semana, todo el andamiaje regulatorio en torno al tomate quedará definido.
Superado este grave asunto de Estado, quedan aún sin resolver los problemas diarios de la macro local.
Al respecto, resulta paradójico que después de una década de recuperar la “soberanía monetaria” el peso haya perdido más del 50% de su valor respecto del dólar y que después de una década de “desendeudarnos” a costa del ajuste de los argentinos, pagando impuestos e inflación, ahora la gran solución a nuestros males sea tratar de endeudarnos.
Parece quedar claro a estas alturas que el Gobierno ha decidido no atacar de lleno el problema de fondo de la economía argentina, el fenomenal exceso de gasto público.
Al no atacar este tema de fondo, necesita buscar financiamiento para el déficit.
Pero ya quedó claro con el “episodio bienes personales”, que el margen para subir impuestos, sea de manera directa o indirecta, se reduce ante un gobierno políticamente de salida. Y si bien existe algún espacio para reemplazar subsidios por precios, en la provisión de bienes públicos su baja calidad y la enorme diferencia entre costos de producción y precios que hoy pagan los consumidores achica también el margen de maniobra en este rubro.
Queda sólo entonces apelar a la soberanía monetaria, emitiendo pesos y buscar algo de endeudamiento externo.
Pero en la medida que el déficit fiscal se transforme en un exceso de oferta de pesos por parte del Banco Central, se utilicen las artimañas que se utilicen, ese exceso de pesos se canaliza a un incremento de los precios o a un incremento del precio del dólar blue (el precio de la lechuga dirían los hermanos bolivarianos) o a una pérdida de reservas.
Y el incremento de los precios afecta el salario real, el consumo y la recaudación (ya está cayendo en términos reales, salvo por los impuestos al comercio exterior que se mueven con la devaluación), aumentando el déficit y la necesidad de emitir.
Absorber ese exceso de pesos, para evitar que se produzca el fenómeno comentado, implica una suba de la tasa de interés colocando deuda por parte del Banco Central, o incrementando el dinero que los bancos tienen que inmovilizar y no prestar.
Pero el Gobierno tampoco está dispuesto a una fuerte suba en la tasa de interés.
Por lo tanto, lo que ha “inventado” como sustituto de la política económica es un conjunto inconsistente de paliativos.
Uno es el esquema de “precios cuidados”. Un subconjunto de precios “descuidados” antes de ser cuidados, como para que aguanten unos meses sin moverse y como para que su aumento previo se “pierda” entre el viejo índice de precios que medirá su estabilidad hasta diciembre. Y el nuevo índice de precios que medirá su estabilidad “desde” enero. Como el andén de la estación de tren de los libros de Harry Potter, el aumento de los precios cuidados se produjo en un mes “intermedio” entre el mes de diciembre de 2013 y el mes de enero de 2014.
Con ese esquema se piensa “engañar el estómago” de las negociaciones paritarias para moderarlas o para, al menos, dar lugar a incrementos transitorios de suma fija, bonos, o algo que se le parezca.
Las reservas, por su parte, serán “dibujadas” con algún financiamiento internacional de YPF, o la venta de bonos en dólares de la Anses o del Banco Nación, anticipos de los exportadores o algún otro artilugio financiero de corto plazo.
En síntesis, el Gobierno sólo aspira a que la tasa de inflación no se acelere, y las reservas aguanten hasta finales del 2015, como para sostener el nivel de actividad, pagar los compromisos de deuda y dejar “algo razonable” en la caja.
Como se ve, objetivos demasiado modestos para el relato épico de la revolución.
Al menos, la batalla del tomate ha sido ganada. La ensalada está a salvo