Las autoridades de los 28 países integrantes de la Comunidad Europea (CE) y el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, sostuvieron hace pocas semanas un encuentro en Bruselas para avanzar en la solución del problema de los refugiados. El 70% de éstos pasan por Turquía para embarcarse a Grecia y desde allí seguir su camino a través de los Balcanes hasta los países ricos de Europa en la esperanza de hallar un mejor lugar al sol que en las ensangrentadas Siria, Irak, Afganistán y otras. Durante el encuentro, la CE, liderada por Alemania, el principal destino de los desplazados, prometió a Turquía 3 mil millones de euros y la eliminación de las trabas que hasta hoy impedían su plena incorporación a la CE, por ejemplo la liberalización de visados. A cambio de que Ankara impida la invasión europea por parte de los perseguidos por la guerra y la miseria, y así desentenderse de su suerte.
Al desquicio económico, social y político que produciría esta invasión de desterrados si no se frena se suma el tema de la seguridad. Los inmigrantes no llegan en un proceso ordenado sino caótico, lo que hace imposible cribar a quienes desean infiltrarse con propósitos beligerantes. Por ejemplo, un porcentaje de los que afirman ser sirios no lo son en realidad, porque hay países, sobre todo en la ruta de los Balcanes, que sólo permiten el tránsito de sirios, pakistaníes y afganos, considerando que los de otras nacionalidades son migrantes “económicos” y por lo tanto no les corresponden las reglas internacionales de acogida. Y hay que tener en cuenta que los que siguen dicha vía de escape deben sortear nueve fronteras hostiles, algunas de las cuales se han ido cerrando, como la de Hungría, o permitiendo el paso con cuentagotas, como la de Croacia con Eslovenia. Eso va dejando migrantes a lo largo de la ruta, complicando también a los países balcánicos.
Como es de comprender, las aprensiones se han multiplicado después de los atentados del 13 de noviembre en París: dos de sus ejecutores llegaron a Europa mezclados con los grupos de inmigrantes que ingresan a través de Grecia. Está asimismo la preocupación de que, si la desilusión se abre paso entre los recién llegados, a quienes no les resulta fácil conseguir trabajo y alojamiento, las células yihadistas traten de captarlos.
Además, los nuevos inmigrantes proceden de sociedades que en su mayoría no son democráticas: Siria, Irak, Afganistán, Yemen y Eritrea, entre otras. No suelen tener mucha experiencia sobre las normas de los países occidentales en aspectos como la igualdad de género, la fe como opción privada, la separación entre la religión y el Estado y el pluralismo cargado de respeto, y quizá no les resulta fácil hacer la transición. Conocida es la poca predisposición que hasta ahora han exhibido las naciones ricas de Europa para asimilar a los inmigrantes africanos y asiáticos.
Graves consecuencias son el crecimiento de los partidos y movimientos de derecha que encabezan la reacción ante la “invasión extranjera”, al mismo tiempo que los partidos liberales se han mostrado hasta hoy impotentes ante el fenómeno. Los judíos europeos, a su vez, temen que el odio a Israel en los países de origen de los migrantes se trasladará con el desplazamiento y contribuirá a aumentar el antisemitismo latente en varios países de la UE.
Turquía tiene a más de dos millones de refugiados sirios en su territorio.
Se entiende que el aporte europeo le permitiría organizar la incorporación de los desplazados a su territorio, generando condiciones para su adaptación. También deberá impedir que botes y lanchas precarias partan de sus playas dejando un tendal de ahogados, muchos de ellos niños. La CE está ahora dispuesta a hacer la vista gorda ante el autoritarismo del gobierno del presidente Erdogan, que sigue con bombardeos contra el PKK, un movimiento independentista kurdo, ha arrestado a periodistas por denunciar el tráfico de armas y es sospechado de la muerte de opositores, como recientemente sucedió con el abogado Tahir Elçi.
En una palabra, la UE no quiere más refugiados, quiere que las embarcaciones desde Turquía no se hagan a la mar, que se desmantelen las mafias que lucran con la tragedia y que Erdogan se haga cargo de los migrantes.
Los embajadores de los 28 han trabajado en un texto de consenso que dice que habrá “3 mil millones de euros inicialmente”. Y eso ha generado discusiones. Los turcos, seguros de tener buenas cartas en la mano, afirman que se refiere a que es sólo el primer pago y que habrá hasta 3 mil millones cada año. Otros países, reticentes a dejarse vencer por la presión turca, valoran el “inicialmente” como sinónimo de ‘en principio’, insinuando que quizá no sea necesario tanto. Tampoco está claro quiénes aportarán esa suma considerable.
Otro dato es que la Merkel y los 28 quieren que en el futuro Europa acoja refugiados directamente de esos campos, sin abrir puertas a quienes lleguen por su propio impulso. También se conversa acerca de que Turquía aceptará la devolución de desplazados que hayan cruzado las fronteras provenientes de suelo turco. Pero el gobierno de Ankara no quiere tanto detalle.
El primer ministro Davutoglu, saliendo al paso de lo que podría considerarse, no sin razón, un “soborno”, ha informado que Turquía acepta el dinero de Bruselas a cambio de frenar el flujo de migrantes a Europa, pero también advierte que no se convertirá en un gigantesco “campo de concentración” para refugiados. “No vamos a aceptar la idea de como hemos dado esto a Turquía, y Turquía está satisfecha, todos los migrantes deben quedarse allí”.
Queriéndolo o no, ha puesto en evidencia la estratagema de los países centrales para desentenderse del drama.
Como se ve, todavía queda mucho para negociar entre funcionarios mientras los perseguidos padecen hambre, enfermedades, desamparo, depresión y el frío de un invierno que se anticipa cruel.
*Historiador.