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Tus zonas erróneas

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Le decía a Cecilia Boullosa –la jefa de prensa de la editorial Anagrama– que mientras todos estaban esperando la llegada del Mundial yo esperaba, con la misma ansiedad, el nuevo libro de Karl Ove Knausgard, Un hombre enamorado. Ya había leído, fascinado, el adictivo La muerte del padre, el primero de los libros de este autor que se tradujeron al castellano. Ambas novelas forman parte de una saga de seis que, en Noruega, aparecieron con el polémico nombre hitleriano de Mi lucha. ¿Cuál es la lucha de Knausgard? En principio, vivir sin poder disfrutar. Desde el vamos, en una escritura en primera persona casi maníaca, nos mete de lleno en los vericuetos de una vida –la suya– que trata de llevar a cabo las cosas que la sociedad nos impone: tener hijos, tener una mujer, poder mantenerse económicamente, etc. Antes de esta saga, Karl Ove había escrito dos libros que tuvieron gran repercusión en Noruega. Con estos últimos rompió el cerco de su país y actualmente hasta los lectores de Estados Unidos viven una knausgardmanía. En esta segunda parte, siempre de manera morosa y pareciendo que no deja ni un resquicio de la realidad por revisar, el escritor da cuenta de la vida con su mujer y sus tres hijos, la ordalía de cambiarlos, bañarlos, vestirlos, llevarlos o no a la guardería, discutir con su mujer –es imposible no discutir adelante de los hijos– y tratar de conseguir un rato libre para estar solo. A Knausgard le encanta estar solo, pero parece que organizó su vida doméstica exactamente al revés. Esta es la tragedia que se narra en Mi lucha. Y si bien el escritor noruego es un gran estilista –cambia de escenas, va y viene del pasado al presente, exprime a los personajes con maestría–, si uno se lo encontrara por la calle, no hablaría con él de literatura, hablaría de lo que cuesta sostener una pareja, de la intensidad de los días feriados con los hijos en casa, de la molicie de la vida cotidiana. Cuando Michel de Montaigne se tomó a sí mismo como estudio, no sabía que con el tiempo existiría la mierda de los reality shows. Knausgard escribe después de ellos, esa tensión está en sus relatos: se cuenta todo, se nombra a todos. La familia paterna ya no le habla, a su suegra la incinera, a su mujer, la verdad, después de estos libros, le tiene que hacer un monumento.