Recordemos que Gallardo agarró River porque sabía que, por el fixture, tenía muchas chanches de llegar a la final de la Copa Libertadores. Primero, en octavos, un Talleres de Córdoba desmembrado, después Colo Colo, y cuando el martes probablemente lo elimine, en semifinales le toca el ganador de Mineiro y un Fluminense que lejos está ser el del año pasado. La final está al alcance de la mano. Como lo estaba también con Demichelis. Solo que (perdón que me repita, lo escribí varias veces en este espacio sabatino) resultaba incomprensible cómo, con ese plantel, River jugaba tan mal. Con Gallardo no mejoró demasiado. Recordemos también que el corazón de los ingredientes del estilo de Gallardo es una mezcla exacta de estrategia cínica y capacidad de trabajo, rasgos tal vez ausentes, o no tan desarrollados, en Demichelis.
Algo de eso también tiene Riquelme, sobre todo la primera parte de la combinación gallardística. Y así llegan Boca y River a un clásico levemente devaluado, o algo deprimido. Boca, sin jugar la Libertadores (y todo indica que tampoco la disputará el año que viene), pero sobre todo jugando entre regular, mal y muy mal. No me acuerdo cuánto hace que no juega bien un partido entero. Del principio al final. No un rato, 20 minutos para empatar un partido que venía perdiendo, o hasta que le empatan uno que venía ganando. No eso, sino 90 minutos bien jugados y ganando. Hay que ir al archivo. A la vez, sus veteranos o viven lesionados (Rojo, Cavani) o se comen cada vez más goles (Chiquito Romero). Que Rojo no juegue mucho es, estoy seguro, ganancia para Boca. No así con Cavani.
Volviendo a los resultados (finalmente de eso se trata en Boca), en la Sudamericana salió segundo en un grupo de hecho de 2, clasificó con lo justo el repechaje, y perdió en octavos, otra vez con jugadores expulsados tontamente. En la Copa Argentina, al Talleres que River pasó por arriba sin despeinarse, Boca necesitó como 20 penales y sufrir dos match point.
Y a River, Boca le toca entre los dos partidos contra Colo Colo. No me gusta eso. Hay una desatención en la confección del fixture. Era muy probable que River llegase a los cuartos de la Copa, ¿por qué meter el superclásico justo ahí? Termina siendo un partido más importante para Boca que para River, lo cual, más allá de lo desagradable de esa afirmación, remite a lo flojo que está resultando esta temporada para Boca. Si le gana a River, mucho mejor. Pero obviamente no alcanza con eso para salvar el año (eso sería pensar que Boca se convirtió en un equipo chico). Tal vez alcance para salvar la cabeza del técnico, que a estar altura genera más indiferencia que otra cosa.
No obstante, con todas estas precauciones y reparos, un Boca-River siempre despierta algo especial. Me imagino a los pibes festejando el Día de la Primavera viendo el partido por celular. En mi época llevábamos una radio a pilas. Las cosas cambiaron un poco. Pero no tanto como para que Boca-River paralicen el país por un rato, y que, según el resultado, también por un rato cientos de miles de personas tengan una sonrisa en su cara.