Desde la semifinal de la Copa Sudamericana 2014, puede verse una inversión de los roles que supuestamente les caben a Boca y a River, tanto en el nivel de la actualidad como en el de la historia. En el nivel de la historia, porque siempre fue Boca el que imponía en las copas una actitud guerrera, reservándose apenas una cuota suficiente de fútbol para hacer algún gol en medio de la batalla medieval. En el de la actualidad, porque hasta esa semifinal River había estado cursando el año con mucha confianza en su juego y buenos resultados. Pero algo cambió aquella noche. River intentó conseguir la pelota mediante una peligrosa presión contra las piernas del adversario, el árbitro Trucco hizo desaparecer las tarjetas de su bolsillo con un pase de magia y el equipo de Gallardo fundó una cultura del juego violento que hasta el día de hoy no ha abandonado porque nadie la castigó.
Son todas jugadas de último recurso, que incluyen llevarse puesto al contrario y que los árbitros argentinos no sancionan porque no sucede en la zona del último recurso –la defensa–, y también porque los jugadores que las cometen no tienen la camsieta de Tigre o de Quilmes. Gallardo está tan al tanto de esta ventaja local, que podemos ver a su equipo pegando mucho en la Argentina y menos en los partidos dirigidos por jueces extranjeros. La eficacia del asedio de River tiene como principal aliado de sus jugadores el corte brusco, al que se han ido acostumbrando sacándola muy barata. Caso contrario, la presión debería tener menos atmósferas y, por añadidura, menor cantidad de robos en tres cuartos de cancha, menos cantidad de posibilidades de gol y, en el campo propio, una zona franca para el contragolpe limpio del contrario.
Porque una buena cantidad de esos cortes con motosierra, de no terminar en una tarjeta roja directa, serían el origen de desequilibrios que terminarían con un gol en contra.
Boca no aprendió la lección de la Sudamericana 2014, y tiene unos pocos días para revertir la manera cándida en que se presentó en el Monumental el jueves pasado, sin intenciones explícitas de convertir algún gol de visitante, que es lo que vale en estos cruces. Si no empuja a la defensa de River contra Barovero, no carga el medio campo de densidad física y no anima a sus jugadores caros a intentar el uno contra uno en los últimos metros de la cancha, el destino estará –como se dice– sellado.
La extrema cautela de Arruabarrena, que en el primer mapa táctico de la serie cerró filas con la idea de no recibir un gol más que con la de hacer el que nos hubiera convenido, terminó pagando punitorios.
Fuimos a buscar el modo de definir por un gol en la Bombonera y regresamos con la obligación de hacer dos. No es imposible, por supuesto, porque Boca tiene su camiseta y sus jugadores para lograr la primera proeza de la era actual, pero las dificultades se multiplicaron. La reversión de esta llave increíble puede darse si el árbitro no le permite a River la violencia que se ha naturalizado en su juego; y si la historia, famosa por mostrarnos a Boca triunfante en la adversidad, reaparece en el momento y en el escenario justos.
*Escritor, hincha de Boca.