Llegué a una librería madrileña y pregunté por el vasco que escribe diarios. Entendieron que no hablaba de Pío Baroja sino de Iñaki Uriarte, quien acaba de publicar el tercer volumen de los suyos. Como el primero se había agotado, compré los otros dos. Después Flavia me contó que se divirtió con ellos y que el primer tomo se puede bajar de internet. Ahí fui.
Concebido en el Waldorf Astoria, Uriarte nació en 1946 en Nueva York. Se crió en San Sebastián en una familia vasca, burguesa, nacionalista, antifranquista y católica. De adulto se mudó a Bilbao sin cambiar de condición (“vivimos en un Bilbao convencional y burgués que no ha avanzado un paso desde Balzac”). Gracias a su nacimiento y a su pereza vive “sin trabajar y con una renta pequeña”. Su vida tuvo algunos matices: estuvo preso bajo el franquismo, ejerció de periodista, consumió drogas y una cantidad importante de cigarrillos y de alcohol. Del alcohol lo retiró la diabetes y ahora lee, se baña en el mar, juega con su gato Borges y viaja con su mujer. Demasiado solitario para ser un dandy, en 1999 empezó a escribir los diarios para sí mismo hasta que “una pequeña editorial medio anarquista de Logroño” le ofreció publicarlos.
Los Diarios de Uriarte son felices representantes de la literatura en primera persona que inauguran los Ensayos de su maestro Montaigne (“el bobo proyecto de pintarse a uno mismo, como diría Pascal en una famosa bobada”) y se caracterizan por la libertad, el ingenio y el desparpajo de quien no tiene que rendir cuentas al ambiente cultural. A pesar de que sus opiniones sobre cine son abominables, uno se hace amigo mientras descubre que es un maestro de la cita inesperada, del aforismo hiriente y de la anécdota absurda. Nunca había escuchado esta frase de Alfred Whitehead: “La ausencia total de humor en la Biblia permanece como la cosa más singular de toda la historia de la literatura”, ni que lo más importante que Orwell aprendió de un libro es que el té se toma sin azúcar. No se puede desacreditar la estupidez nacionalista mejor que así: “Si alguien dice ‘todos los vascos son unos sinvergüenzas’, los nacionalistas se quedan contentos. Lo importante es el ‘todos’”.
Uriarte hace sonreír cuando dice de un amigo: “Cada vez que nos vemos me reprocha que una vez le dije que me parece demasiado susceptible”, o reír con “Sólo una cosa me tranquiliza de haber sido un ignorante en música clásica y de haberla frecuentado poco: el aspecto de la gente que hace cola para acudir a los conciertos. Ni en las entradas a las iglesias es peor”. O desternillarse con esta, que ofenderá a los habitués de los suplementos culturales: “A Walter Benjamin lo encontraba citado por muchos intelectuales y traté de leer algo suyo. No entendía nada. Me empeñé en seguir leyéndolo, cada vez con mayor enojo. Terminé por comprar una biografía suya, para ver si me aclaraba algo. No entendí ni la biografía”. Y aplaudir cuando saca esto de la galera: “Gabino, casero de Ochandiano y compañero de celda, explicó que lo más rico del pollo es el ala derecha. Recuerdo mis carcajadas. Evoqué durante años lo que sólo me pareció la excentricidad de un maniático. Hasta que un día, no sé en qué novela, tal vez de Dickens, leí que la parte más sabrosa del pollo es el ala derecha, porque está pegada al hígado”.