Dos manos se aprietan, una sobre otra, en el centro de la imagen. Es el gesto convencional de la preocupación. Pero más abajo, más raramente, uno sobre otro, se aprietan dos pies. Es la escena de un demasiado tarde. Para ir desde las manos hasta los pies hay que ir de arriba hacia abajo, tanto en el cuadro como en lo social. Porque las manos son las del médico. Y los pies son los del muchacho humilde que salió evidentemente a buscarlo, que lo trajo hasta la casa.
Se trata de Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, el famoso cuadro de Juan Manuel Blanes, todo un emblema de aquella epidemia. El médico que allí figura es Roque Pérez (y a su lado, otro médico: Tomás Argerich, que se descubre ante lo que descubre, que se saca el sombrero ante la muerte). Pérez cruza las manos por delante y lleva zapatos negros, en tanto que el muchacho tiene las manos atrás (no se ven) y los pies descalzos y a la luz (se ven doblemente).
Los dos de negro bajan la cabeza y bajan la vista; el muchacho, en cambio, las levanta (no se queda mirando la muerte, como los otros, no se queda mirando a la muerta; él no precisa mirar, o precisa no mirar). Me dirán quienes entienden, yo aquí solamente contemplo; pero si la luz entra en el cuadro por la puerta abierta hacia la calle, los dos médicos deberían hacer sombra sobre el cuerpo tendido de la mujer en el suelo. Y eso notoriamente no ocurre. Los dos de negro se quedan ahí, a contraluz; ven a la muerta y la dejan ver, blanca y luminosa (tan blanca y luminosa como el hijo, que es el único que no sabe lo que pasó).
Visión de la ciudad y de una casa pobre (los ricos ya se fueron y se pusieron a salvo). Visión del Estado, la ciencia, el cuerpo, la muerte, el contagio, la orfandad. Un espacio de reflexión posible: el que va de las manos que se aprietan, encimadas, en el medio, hasta los pies que se aprietan, encimados, ahí abajo.