Las ocupaciones de colegios por activistas estudiantiles no son un fenómeno novedoso. Pero sucede que el mundo cambia y en distintos contextos fenómenos parecidos asumen significados distintos y generan distintas consecuencias. Las respuestas de las autoridades, los gobernantes y los padres a hechos de este tipo no pueden ser siempre las mismas. De hecho, no hay en este mundo respuestas “verdaderas” a los problemas que se plantean en las sociedades, a menos que uno se aferre a dogmas tomándolos como verdades indiscutibles; en cada circunstancia hay siempre distintas respuestas posibles, algunas más viables que otras, algunas más conducentes que otras a soluciones temporarias o definitivas.
Estos días, ante la toma de varios colegios secundarios en la Ciudad, se tiene la impresión de que asistimos a un diálogo de sordos. (Si no es así, está faltando alguna información.) En este caso, la protesta está enfocada en un tema específico, si se quiere “técnico”: la currícula del ciclo secundario en la Ciudad. Pero, como suele ocurrir, la situación se politiza rápidamente. A la vez, algunas reacciones ponen en juego un costado más bien moral o de filosofía social: el principio de autoridad, los derechos y los límites a los derechos de los adolescentes, los métodos de protesta. Basta repasar los diarios de estos días –incluyendo las cartas de lectores– para obtener una buena muestra de la diversidad de puntos de mira.
Mi opinión es que el contenido de la currícula debería ser un tema de discusión pública amplia y profunda; en otros países los gobiernos y las legislaturas convocan a expertos de distintas maneras de pensar y hacen públicas esas opiniones. No siempre deciden con consenso amplio, pero muchas veces sí. En Brasil, para no ir más lejos, los problemas de la educación son parte de una agenda vigente en la prensa y en distintos ámbitos de la sociedad; en Chile es aun más así.
Chile es una buena instancia, porque allí el activismo estudiantil alcanzó en los últimos años una dimensión y duración inesperados y llevó a casi toda la sociedad a repensar los temas que los estudiantes pusieron sobre la mesa. Finalmente, el gobierno aceptó reconsiderar aspectos de su política. Parece indiscutible que los estudiantes impusieron la agenda que la sociedad terminó por aceptar, más allá de las discusiones sobre las calificaciones de los estudiantes para imponer una agenda y de los métodos poco convencionales usados para hacerlo.
Los adolescentes han sido siempre, en todas partes, un grupo social complicado, de perfil a menudo indefinido, de ubicación social ambigua. Hoy se les concede a los 16 años el derecho a votar, se discute convertirlos en sujetos plenamente imputables por la comisión de delitos, en una proporción no irrelevante muchas chicas “menores de edad” son madres –aunque por cierto ese no es el caso de la mayor parte de los estudiantes secundarios–. Hay suficientes testimonios de esas ambigüedades y de las perplejidades que suscitan en todos los tiempos, desde la antigua Grecia hasta nuestros días. En el mundo de hoy los adolescentes son motores de profundos cambios, tanto en la esfera de las costumbres (las “buenas” y las “malas” costumbres) como en la vida familiar, el consumo, la adopción de tecnologías y, en alguna medida, en la esfera del trabajo (los estudios sobre la llamada “generación Y” son muestra suficiente al respecto).
Esto no implica decir que los estudiantes tienen razón, sino que una demanda, una preocupación por un tema dado, no debe ser descalificada por el método que se usa para instalarla. Estos hechos son una señal de que algo está sucediendo, algo de lo que debemos tomar nota. No me deja tranquilo registrar a lo largo de estos días que el foco que se está poniendo en el tratamiento mediático recae en los métodos –eventualmente prepotentes, potencialmente violentos o vandálicos–. Los estudiantes tienen a su alcance abundantes fuentes de ejemplos, en los más diversos ámbitos de la vida social, de los cuales aprender a hacer uso de esos métodos. Eso no justifica que lo hagan, pero no debe llevar a cerrar los ojos ante los problemas reales que suscitan esas conductas.
La currícula educativa es un asunto muy importante para que lo único que se discuta en el espacio público es qué hacer con estudiantes revoltosos que hacen abuso de algunos métodos inapropiados. La imaginación de las autoridades de los colegios debe enfocarse en cómo facilitar la reapertura de los establecimientos y cómo compensar los días de clase perdidos. La imaginación política debe concebir fórmulas más efectivas para alcanzar consensos sustantivos sin los cuales las políticas públicas son efímeras, inconducentes.
*Sociólogo.