Se acaba de reeditar La operación Masotta de Carlos Correas, un libro insólito y apasionante. Correas nació en 1931 en Buenos Aires y se suicidó en 2000 con cierta truculencia. Pero ése era su estilo. Escritor, filósofo, docente, la compulsión por la verdad le dio a su obra una intensidad inusual, en particular a esta biografía de Oscar Masotta (1930-1979) que no deja de ser también una autobiografía.
Correas es capaz de decirlo todo. Por ejemplo, que dejó de practicar el sexo con hombres al descubrir que su afición por la novela policial y, en especial, por El largo adiós de Chandler no era compartida por los homosexuales. También escribe lo siguiente: “Para ocuparse en la persona y en la obra de Marta Minujín puede haber sólo dos motivos: o por amor o por haber recibido una beca para ello. El segundo es el caso de Oscar, que procura una posición remunerada en el Instituto Di Tella”.
Correas es despiadado con Masotta y consigo mismo, lo que no impide que el libro sea una forma de homenaje y la reconstrucción de una profunda amistad que se inició en la década del 50 cuando ambos (y Juan José Sebreli, el otro integrante de un trío inseparable) eran veinteañeros que intentaban abrirse camino en el mundo intelectual. Correas y Masotta se distanciaron en la medida en que uno permaneció cerca de Sartre y de Marx, de la literatura y la filosofía, y el otro se internó sucesivamente en el estructuralismo, el arte pop y el psicoanálisis lacaniano acompañando las nuevas tendencias culturales durante tres décadas. La soledad y el aislamiento de Correas terminaron contrastando con la vida más mundana del siempre contemporáneo Masotta. En uno de tantos pasajes brillantes, Correas lo explica así: “La contemporaneidad es esencialmente corporativa; hay un círculo de la contemporaneidad, en el que se entra y se permanece o en el que no se entra y no se puede entrar. Una red de vínculos en la que se juegan, desde la devoción hasta la repugnancia, todos los convencionales afectos de los hombres. (…) La contemporaneidad hace círculo que se contempla y se mima a sí mismo; el lector o el espectador son sólo medios para ese continuo y finalmente anodino retorno de sí a sí”.
“Mi interés es esta aridez provinciana de Buenos Aires y de la Argentina”, dice Correas y el provincianismo es el telón de fondo de un relato con aristas trágicas. Masotta y Correas, jóvenes ambiciosos que no tienen una formación sólida ni el dinero para comprarse los libros que imaginan como salida de la mediocridad, comienzan la vida intelectual “como si una gran conciencia colectiva declarara que jamás deberíamos haber nacido”. Contra los dueños del saber que los ignoran y los descalifican, las alternativas serán pocas y Masotta las intentará todas. Una de ellas será la de proponerse como referente de un mundo de “cancheros e inteligentes”, en el que se practica una exclusión tan fervorosa como la que lo amenaza desde la academia y que lo llevará finalmente a construirse como profeta de los cerrados círculos lacanianos y administrar allí un saber incuestionable. Correas sigue minuciosamente la batalla de Masotta, sus esfuerzos homéricos por comprender y escribir, pero también por hacerse una posición económica y simbólica para la que no solamente deberá utilizar su talento y su prosa sino una buena dosis de manipulación, de mala fe y de esnobismo. Pero Correas concluye que Masotta fue un esnob por necesidad y que ese esnobismo fue “un título de avanzada cultural antiinstitucional opuesta al académico provincianismo de las universidades argentinas”.
La operación Masotta es posiblemente el ensayo más incisivo para entender el mundo intelectual argentino de las últimas décadas, ese rencoroso caldero que dio figuras tan particulares, tan autóctonas, como los poetas guerrilleros, los novelistas que hacen psicoanálisis o los filósofos que elogian el hegelianismo de la Primera Dama.