Y un día Rafael Spregelburd (uno de los dramaturgos más talentosos y, sin dudas, el más prolífico del nuevo teatro local: treinta obras de inusual calidad estrenadas en todo el mundo con apenas cuarenta años) volvió a mostrar su trabajo en la Argentina. Con dificultades operativas, como casi siempre (alguien debería analizar con seriedad las complicaciones para estrenar que enfrenta cierto teatro independiente en la Ciudad de Buenos Aires), y por poco tiempo: los sábados y domingos a la noche en una sala auxiliar del teatro La Comedia, hasta el 19 de septiembre. Pero no deja de ser una noticia para celebrar, teniendo en cuenta que desde 2008 que sus obras están ausentes de la cartelera porteña (mientras que al mismo tiempo son representadas en países como Alemania, México, España, Italia y Francia). Más aun tratándose de la que tal vez sea la pieza más argentina de Spregelburd, llamada precisamente Buenos Aires (que tuvo su versión televisiva en 2007 con el título de Floresta) y que surgiera de un programa para el ciclo Three Cities del Chapter Arts Centre de Cardiff (Gales). “Fue el encargo más difícil que me ha tocado nunca. Tenía que escribir una obra para presentar a mi ciudad, junto a otras compañías que harían lo propio con Melbourne y Cardiff. Pero además de eso, a cada país le hicieron un pedido ‘literario’. En mi caso fue: ¿podrías escribir algo à la Roberto Arlt?”, cuenta Spregelburd. Ahí está entonces la génesis de esta obra: un dramaturgo argentino tratando de representar la esencia de la argentinidad para un público europeo. El resultado, como podía esperarse, es tan sorprendente como desopilante.
La trama es más o menos así: un galés (Gwyn, interpretado por el propio Spregelburd) llega a la Argentina escapando de un pasado poco claro, y alquila una pieza en una casa en ruinas de un barrio porteño. Allí lo reciben los extraños habitantes del lugar, Dominighini (Alberto Suárez), Clara (Andrea Garrote) y Selva (Mónica Raiola), que proyectan en el intruso sus más diversos deseos de salvación. El choque de culturas será inmediato, y en medio de dramas particulares (la fórmula salvadora para crear agua potable de Dominighini, la responsabilidad de vender la casa de Selva, los intentos por plagiar El grito de Munch de Clara) el galés errante se verá absorbido y transformado por los tópicos más recurrentes de la argentinidad. Dice Spregelburd: “Ya que no me quedaba otra que oficiar de espurio embajador de la identidad nacional, al menos busqué que quedara escrita con un grado bastante denso de crítica. Es por eso que traté de tocar varios lugares comunes (¡hasta el tango!) en la esperanza de que su fricción con otras cosas, con otros planetas (desde Munch hasta el extrañamiento de la lengua galesa) pudieran hacer del paisaje conocido un entramado más raro, y en general, más atroz. Buenos Aires, presentado como el infierno de algún ‘otro’”.
Como bien describe Spregelburd, Buenos Aires es “una comedia de costumbres, y una tragedia privada” al mismo tiempo, ubicada más cerca de sus dramas que mueven a risa como efecto catártico (Lúcido, Acassusso) que de sus obras hilarantes (La estupidez, El pánico). Pero, en todo caso, con un trabajo del texto y las actuaciones impecable. Una obra incómoda e inevitable, como el momento de mirarse al espejo por la mañana después de una noche de sueño intranquilo.