Confieso que nunca entendí demasiado la pasión por el mal llamado Rally París-Dakar. Mal llamado porque, lejos de ser un rally tal como se concibe a las competencias que anualmente componen una temporada apasionante, con escalas que van desde Grecia e Inglaterra hasta Finlandia y Córdoba, ésta es una travesía única con semejante extensión y grado de exigencias, que le impide formar parte de ningún calendario en sociedad con otras pruebas. Y aquello de no entender la pasión increíble que genera esta prueba es algo que tiene que ver con una deformación profesional de mi parte: así como no entiendo la admiración que genera ver en acción a personas que se orinan encima, tal el esfuerzo producido por pruebas como el ironman, tampoco sé valorar en su debida dimensión a una travesía que parece más destinada a choferes con resistencia de beduino que a finos pilotos de esos que manejan “con las yemas de los dedos”.
Hecha esta salvedad, usted ya está listo para dejar de lado esta columna por ser absolutamente parcial. Es decir, que Al Qaeda amenace y actúe me preocupa como a cualquiera en el planeta –debo decir que no me preocupa demasiado más que las amenazas y las acciones de Bush y su gente–; que por esa razón, además, se suspenda esta competencia me parece una apostilla muy menor dentro de la crónica del miedo universal.
Además, tengo la sensación de que en la Argentina sabemos muy poquito de esta competencia. La fecha ayuda a que le demos algo de bola cuando, de vuelta a casa de la playa o del laburo nos enganchamos en un noticiero con pocas noticias y que, por tal razón, nos regala imágenes de camionetas 8 x 8 (no creo que alcance el 4 x 4 en el Sahara) que vuelan entre los médanos mientras los camellos mastican aburridos su almuerzo con cinco días de retraso; sólo si alguien muere –siempre hay más de uno por carrera– el asunto llegará a la mesa de café o a la discusión intercarpas.
La prensa gráfica no se queda atrás. En las mismas redacciones en las que se discute casi a las trompadas tener una columna más de blanco para un Boca-River, en todos los eneros que recuerdo desde que empecé con mi carrera hay lugar para historias no siempre verosímiles de esta competencia tan poco descriptible. Hace más de 20 años, un clásico en las cenas de cierre en el diario La Nación era deleitarnos con la crónica que el gran Alfredo Parga armaba sobre esta competencia. Apoyada en un par de datos fehacientes –habitualmente provenientes de despachos de la Agencia France Press-, la historia de Alfredo no sólo nos transportaba deliciosamente a algún inexistente oasis convertido en parque cerrado, sino que hasta podía hacernos participar de la competencia. Tanto era así, que creo que el Beto Fidalgo, encargado de rugby y mi primer jefe directo en el entonces diario de los Mitre, ganó más de una etapa bajo el mote de Bettin Fidalgaux. Una broma menor que nadie advirtió en medio de la habitualmente laxa lectura estival. Tanto como una muestra de lo poco que importa esta aventura en lo que a rigurosidad deportiva se refiere.
La suspensión de 2008, año en el cual la competencia se largaría en Lisboa en vez de París, es la primera en más de 30 años. Y el impacto parece ser mucho más político y económico que deportivo. Hace casi un mes, Boca derrotó a un equipo tunecino llamado Etoile Sportif du Sahel. Sahel es una región que atraviesa el continente africano de oeste a este, entre la región subsahariana y el Magreb. Según los organizadores, escondidos bajo una sigla llamada ASO, la rama de Al Qaeda de Magreb fue la responsable de la muerte de 4 turistas franceses pocas horas antes de Nochebuena. El presidente del comité organizador se llama Patrice Clerc, uno de los hombres fuertes de las últimas décadas nada menos que de Roland Garros. Y ASO es la firma que organiza espectáculos dentro del grupo Amaury, al cual pertenece nada menos que L’Equipe. Un entramado periodístico comercial lo suficientemente fuerte como para considerar que esta suspensión haya sido una decisión tomada a la ligera. Quiero decir, se trata de gente demasiado avezada en estos asuntos; quiero decir que deben haber evaluado que lo de Al Qaeda venía realmente en serio. El tema es saber ahora dónde se gastará la pólvora ociosa que prometía descargarse entre piloto y los mecánicos.
El mismo Clerc se hizo cargo del problema: “Esta suspensión es una catástrofe económica para los países que nos acogen, especialmente para Portugal y Mauritania”. Como usted y yo, nada solucionaría más los problemas económicos de Portugal y, especialmente, de Mauritania que una carrera de autos.
Porque, convengamos que por mucho que se haya esforzado al respecto su creador, Thierry Sabine –una de las víctimas del safari, en este caso culpa de un accidente aéreo–, el París-Dakar alteró las tórridas siestas africanas mucho más de lo que consiguió que el planeta se enterase del drama de la región.
El mundo del deporte, entonces, se manifiesta triste y desilusionado porque millones de chicos de Malí, Níger, Argelia, Libia, Mauritania o Chad no sólo seguirán sin remedios ni alimentos y muriéndose de sida, sino que ahora tampoco se les ensuciará la poca ropa de que disponen con la tierra que escupen esos autos que Al Qaeda no podrá levantar por el aire.