Luc Boltanski y Arnaud Esquerre acaban de publicar en Francia Enrichissement. Une critique de la marchandise (Enriquecimiento. Una crítica de la mercancía), libro que aún no leí. Pero sí leí un largo ensayo de ambos autores, preparatorio para dicho volumen: La collection, una forme neuve du capitalisme. La mise en valeur économique du passé et ses effets (La colección, una forma nueva del capitalismo. La puesta en valor económico del pasado y sus efectos), publicado en 2014 en el número 679 de la aún vigente Les Temps Modernes. Es un agudo estudio sobre la forma en que, a partir de los años 70, se modificó la creación de riqueza en los países de Europa occidental, marcada, de un lado, por procesos de desindustrialización, y del otro, por la explotación de formas nuevas. Bolstanki y Esquerre se preguntan, para comprender el capitalismo actual, ya no (solo) por la pobreza sino (sobre todo) por los modos en que se produce la riqueza. Para eso, además de sobre el sistema financiero, con todas sus formas de lavado de dinero, evasión fiscal, cuentas offshore y apropiación del Estado por parte de grupos tan minoritarios como poderosos, recurren al estudio de la forma en que el arte (en especial la plástica), la cultura, el comercio de objetos antiguos, la creación de fundaciones ligadas a museos, la industria del lujo, del patrimonio y del turismo forman parte nodal de las formas de acumulación en el capitalismo contemporáneo. El concepto de “colección” ocupa un lugar central en ese análisis, y en el modo en que se constituyen nuevas categorías para pensar el viejo problema de la mercancía (y su secreto).
En un pasaje del artículo, escriben: “Notemos que quienes participan en las economías del enriquecimiento extraen ganancias muy desiguales según si son propietarios de objetos o bienes patrimoniales, o si, teniendo empleos poco estables y poco remunerados, ocupan un lugar secundario en la puesta en valor o en su mantenimiento. Mientras que los primeros constituirían una clase patrimonial, cuya importancia económica y social sería creciente, los segundos formarían el corazón de un nuevo de tipo de proletarización o de precarización, ahora de tipo intelectual: ocuparían en las economías del enriquecimiento un lugar comparable con el del proletariado en las economías industriales”.
Describir a los intelectuales ya no como portadores de una verdad última, de una conciencia social, de un saber universal, sino como un nuevo tipo de proletariado, un estrato precarizado económica y socialmente es, evidentemente, acertado. No es posible pensar el auge de las industrias “creativas” (que incluyen la publicidad, el marketing, la gastronomía ligada a la cultura, el coleccionismo de arte, las nuevas tendencias del consumo, los objetos de lujo como formas de arte y acumulación de status, las grandes ferias y encuentros internacionales, los festivales de cultura y afines, el turismo cultural, y etc., etc., etc.) sin percibir también que ese sistema funciona a partir de este nuevo proletariado que ofrece sus ideas y conceptos –sus mercancías– en el mercado.
Luc Boltanski y Arnaud Esquerre agregan que lo propio de estos nuevos objetos de enriquecimiento es que “la narratividad forma parte de su manera de estar en el mundo”. Crear relatos para las mercancías, ese parece ser el nuevo tipo de trabajo intelectual precarizado.