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oposicion y rojo fiscal

Un mal diálogo no le sirve a nadie

El gobierno inició un diálogo con las fuerzas políticas de la oposición, con autoridades provinciales y con representantes de sectores empresarios y sindicales. Una primera mirada a dicho gesto es, por definición, positiva.

Szewach
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El gobierno inició un diálogo con las fuerzas políticas de la oposición, con autoridades provinciales y con representantes de sectores empresarios y sindicales. Una primera mirada a dicho gesto es, por definición, positiva.

Pero este diálogo, para ser fructífero, tiene que abarcar los temas que hoy importa que se resuelvan con cierto consenso.

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Desde el punto de vista político institucional, es bueno hablar de internas abiertas y simultáneas, o de boleta única, pero lo cierto es que lo más importante es recuperar la independencia de poderes y restaurar las atribuciones que cada uno de ellos tiene como indelegables, en la Constitución Nacional.

Esto resulta condición necesaria para revertir la sensación de que la Argentina de estos últimos años se alejó de una sociedad que defiende cabalmente las libertades individuales, incluyendo las vinculadas con las actividades económicas lícitas y los derechos de propiedad. Y que carece de controles cruzados entre los poderes públicos para evitar abusos y/o arbitrariedades.

Sin ese marco, la inversión sólo la hacen los amigos del poder bajo condiciones muy especiales y el crédito voluntario desaparece, salvo aquellos que consideran que comprar un instrumento de deuda pública argentina no es otorgar un crédito sino poseer un billete de lotería.

El “capitalismo de amigos” funciona cuando un gobierno tiene muchos amigos, y éstos consideran que hay poder para rato. Pero al kirchnerismo le van quedando pocos amigos y a los pocos que quedan les cuesta dormir de noche, dado que saben que, tarde o temprano, las arbitrariedades que hoy los protegen se terminarán.

Un capitalismo de amigos no sirve nunca, pero mucho menos sirve en el ocaso de un poder. De manera que el primer diálogo institucional que hace falta se vincula con la transición desde un modelo antidemocrático, regresivo, arbitrario y desordenado de capitalismo de amigos, hacia otro que refleje una economía de mercado moderna, actualizada, competitiva bien regulada, con los incentivos bien alineados y con verdadera inclusión social.

Es esa transición la que hay que diseñar, cualquier otro “diálogo” institucional es una pérdida de tiempo, no sólo para el país, sino también, paradójicamente, para el kirchnerismo.

Porque ni Kirchner, ni su esposa, ni sus principales espadas mediáticas, están hoy en condiciones de revertir las expectativas negativas y la imagen de rechazo que generan en una parte importante de la sociedad que, claramente, votó en contra de ellos.

Toda medida que surge de la usina táctica del oficialismo, como el “control” al INDEC manipulador de cifras, en lugar de su desmantelamiento, será vista negativamente. Y si las expectativas no se revierten, la Argentina, si el mundo ayuda, puede frenar la caída de este año, pero no puede retomar un crecimiento aceptable.

Y sin retomar el crecimiento, los ingresos fiscales siguen bajos y no hay más remedio que ajustar el gasto, por las buenas o por las malas.

Y esto me lleva a otro de los puntos claves del diálogo, el que corresponde a la relación Nación-provincias. Las reuniones con los gobernadores implican, en la práctica, una discusión por la “caja” federal, y por un reparto distinto de la misma.

Pero, cuidado, no se trata sólo de compartir presión fiscal. Se trata de reformular, al menos parcialmente, el sistema impositivo, y los gastos, en cada nivel. La presión impositiva global en la Argentina, dada la calidad de los bienes públicos que “devuelve”, está al máximo.

Repartirla diferente entre la Nación y las provincias no la baja, ni la vuelve más eficiente y progresiva. Si los gobernadores vienen sólo por esto, se convertirán en “victimarios” de este sistema que hoy los tiene como víctimas.

La oposición tendrá, a partir de ahora, o a partir del 10 de diciembre, responsabilidad no sólo en los cambios institucionales, sino en ayudar, desde el Congreso, a una reformulación, al menos de emergencia, del mencionado esquema ingreso-gastos y de una convergencia a un marco regulatorio moderno y eficiente. Si no ejercen esa responsabilidad adecuadamente, terminarán siendo “partícipes necesarios” de la debacle final del oficialismo. De manera que mirar para otro lado y jugar el juego del diálogo sin contenido que propone el Gobierno le puede significar que la bomba fiscal le explote en las manos.

No tengo espacio aquí para detallar los temas que corresponden a la dirigencia empresaria y sindical, será la próxima. El diálogo sirve si se discuten los temas que importan y se logran consensos en torno a sus soluciones. Un mal diálogo no le sirve al oficialismo, porque aleja sus chances de terminar razonablemente su mandato, y no le sirve a la oposición, que corre el riesgo de ser arrastrada en la caída, al ritmo del “que se vayan todos”.