En tiempos en los que la vida y la muerte llegan al living de casa a través de la tele, el deporte se resiste a quedar fuera de sintonía. En ese sentido, no hay disciplina que salga inmune si armamos un listado tanto de los torneos inventados para la tele como de las modificaciones que sufren los reglamentos pensando en que el minuto a minuto favorezca a Rodrigo Palacio antes que a Moria Casán discutiendo gorduras con Alejandra Pradón.
Así como el tenis tiene pensado eliminar todo partido a cinco sets que se juegue fuera de los Grand Slams y la Copa Davis (demasiado largos para la paciencia del televidente), así como un buen sponsor –al menos, uno que ponga buena plata– puede justificar pantalla hasta para un torneo de dominó, el fútbol tiene su Copa Sudamericana.
El combo entre un buen auspiciante y muchas horas de televisión justifica la existencia de un torneo deforme desde su estructura –si faltan Boca o River, la organización se reserva el derecho de invitarlos aunque no hayan sumado los puntos suficientes para hacerlo– hasta en lo geográfico: no conformes con lo inevitable de los equipos mexicanos, acabamos de experimentar con el campeón de Costa Rica que, sin la menor dignidad, se comió 11 goles en dos partidos con Colo Colo. En todo caso, todo lo que sea incluir más mercados para vender autos y señales de cable, justifica que mexicanos, costarricenses o japoneses sean tan sudamericanos como el petróleo de Chávez, los hermanos de Lula o las papeleras de Tabaré. Jamás se olviden de que México es la potencia hispanoparlante de la región. Una deformación equivalente a que Racing o Peñarol jueguen la Champions League.
Esa es la competencia que acaba de eliminar a River y a Boca. A los de Núñez, con el impulso del triunfo en el clásico, ni los lastimó el empate en Brasil ante Paranaense. En la otra vereda, ganarle a Nacional y perder sólo en los penales, no impidió que sean cada vez más los abonados al siniestro juego del momento: el “péguele a La Volpe”. Pocas veces en la historia recuerdo una campaña tan grosera de persecución a un entrenador que no lleva ni un mes de trabajo. Y cuando hablo de campaña ni siquiera puedo registrar que haya algo orquestado al respecto. Simplemente se trata del cínico juego de algunos medios que con la excusa de darle a la gente lo que la gente quiere muestran al ex arquero de Banfield más bizarro que Levon Kennedy.
Por cierto que La Volpe ayudó poco en su desembarco. Recordemos el sainete de su primer viaje a Buenos Aires cuando se llegó a insinuar que tenía miedo de asumir en Boca y en realidad sólo fue funcional a una movida mediática de quienes debían contratarlo (recuerden esos días en los que Boca iba a contratar a Bernd Schuster). Es cierto que, cuando todo aconsejaba desensillar hasta que aclarare y aprovechar la inercia del éxito Basile (empezó tan cuestionado como La Volpe) el tipo metió mano demasiado pronto, perdió con River, se fue de la Copa y ya hay varios jugadores que se muestran fastidiosos con los sistemas de juego y de entrenamiento, cosa que tratan de hacer saber siempre y cuando no se los exponga en público. Encima, a este Boca que hace un mes se recordaba de memoria domingo a domingo, se le caen un par de soldados por partido: si no se lesiona Marino se hace echar Palermo; si no se lesiona Palermo pierde la paciencia Silvestre. Le piden al Mellizo y pone al Mellizo, pero en tanto Guillermo no tenga continuidad no habrá forma de saber si, aún hoy, puede ser el súper héroe capaz de resolver problemas aun en el peor de los contextos. Y eso que todavía no se fueron ni Gago ni Palacio.
Tanto es el barullo, que Boca parece un equipo de mitad de tabla sin aspiraciones, y no el puntero del torneo con medio partido más por jugar. Es que en Boca, hoy, no se habla tanto de fútbol como de esoterismo y de presuntos sabotajes. Porque, cuando ganamos, todos queremos salir en la foto; pero cuando perdemos, el muerto se queda sin viudas.