COLUMNISTAS
surrealismo

Un país agotador

Argentina agota en la repetición incansable de sus problemas, en sus exageraciones permanentes, en sus causas repetidas.

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El 'ser' nacional. | Pablo Temes

Nobleza obliga, hay que advertir al lector que esto que está leyendo es casi una antinota de análisis político. Y es así porque en Argentina es muy dificil escapar de la repetición. En un país donde el loop de barbaridades gubernamentales compite, sin la misma gracia por cierto, con cualquier sitcom americana, la tarea de escribir se vuelve redundante, hasta monótona. Salir de la indignación permanente para lograr o bien abrir una esperanza o bien proponer una acción concreta se hace dificil y, al mismo tiempo, es imposible seguirle el ritmo al gobierno y ser eficaz en la confección del listado de torpezas.

Pasa lo mismo con la repetida pregunta acerca de quién ejerce verdaderamente el poder, si un Fernández o el otro. La verdad es que da lo mismo, y las tensiones que existen en el gobierno se desarrollan tan lejos de la ciudadanía que se hace necesario aplicar el viejo teorema de Thomas, según el cuál las cosas son reales por sus consecuencias, y en este caso, lo mismo da que las decisiones las tome Juan o las tome Pedro. Con la credibilidad del presidente ocurre otro tanto. Cualquier persona sensata sin inconvenientes de lectocomprensión puede advertir que Alberto Fernández cambia de opinión no por la reflexión sino más bien por sus necesidades inmediatas. Pasó de sostener que Cristina Kirchner era poco menos que cómplice del asesinato del fiscal Nisman a ser su y compañero de fórmula después de tomarse un tecito a la tarde. Como nunca antes en la historia reciente, la impronta y el estilo de lo que podía ser el gobierno de los Fernández, corrupción y autoritarismo de Cristina y liviandad ética por parte de Alberto, estaba tan expuesto a la luz del día. Es dificil imaginar que alguien pudiera pensar que iba a pasar otra cosa y, sin embargo, la ciudadanía los votó y los medios se abocaron a la tarea de endulzar la imagen bajo la incomprobable teória de la moderación.

A un año de gobierno, la tentación de hacer balances es fuerte. No vale demasiado la pena. Hubo estos días una gran cantidad de excelentes artículos glosando las torpezas del gobierno. Todo se reconfirma en cada nota, en cada análisis periodístico, en cada informe académico.

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Una muestra de que es imposible seguirle el ritimo al gobierno es el tema de las vacunas. Cuando a principios de noviembre el gobierno anunció lo de las rusas, los que llevamos años mirando estas cosas intuimos que había algo turbio. Las inconsistencias discursivas y de comunicación armaron un sainete incomprensible, en el que funcionarios argentinos se subían y se bajaban del avión a Moscú a verificar vaya uno a saber qué cosa que no se pudiera hacer desde Buenos Aires. Los millones de dosis en diciembre se convirtieron en algunos cientos de miles en marzo y, finalmente, resultó que la vacuna no estaba probada para el principal grupo de riesgo. La payaso de la que nos mofábamos en la conferencia de prensa de agosto resultó más seria que la política del ministerio de salud.

Pero ya habrá algo que lo supere y lo mismo pasará con el manejo de la economía, la justicia, y las clases de los chicos. Ya lo sabemos, es un dato. Resta saber qué hacer con eso.

Hay una sensación bastante extendida acerca de que el gobierno no paga los costos políticos por lo que está haciendo. En alguna manera, los Fernández recuendan a Trump antes de empezar las primarias de 2016, cuando aseguró que podría matar gente en la Quinta avenida y no perdería ni un voto.

Hay muchos factores que pueden explicar esta sensación. El peronismo, históricamente, ha sabido labrarse la indulgencia de la sociedad argentina. Si hubiera una relación estrecha entre verdad y política, ya no existiría. Sin embargo sigue siendo el vector más fuerte de nuestra vida política. Desde la coyuntura, la pandemia y ciertas morosidades de la oposición, sumados a elementos institucionales coercitivos que van desde el manejo del parlamento hasta el sometimiento a las provincias, colaboran en crear un clima de aplastamiento y abulia cívica.

La mezcla entre la necesidad del gobierno populista de alentar situaciones agonales de donde extrae la savia de su propia reproducción y la sensación de abatimiento social genera un clima nocivo y peligroso para las sociedades liberales.

Por dificil que parezca, hay que establecer cuáles van a ser las estrategias de la sociedad argentina para identificar donde encontrará el vitalismo suficiente para salir del aletargamiento que le propone todo el tiempo dar ese paso fatal que supone pasar del acostumbramiento a la resignación.

Argentina es un experimento atípico y no por las mejores razones. Es un país que no ha parado de descender en sus índices desde 1983 y cuya degradación económica, social, cultural e institucional va dejando una huella demasiado profunda. Si se toma en cuenta el proceso democratizador de la región en los años 80´s, todos los países están un poco mejor y nosotros estamos bastante peor. América del Sur no es el jardín de las delicas democráticas, pero hay matices entre los distintos Estados que marcan una tendencia que no nos favorece. Van demasiadas generaciones de ciudadanos argentinos que no reconocen una relación entre el trabajo y la reprodución material y un tercio de nuestra poblacion está afuera de toda expectativa de dignidad. Y la relación directa o indirecta de la PEA con el Estado no deja de crecer desalentando el sector privado y el desarrollo. No hay que ser economistapara advertir que una sociedad con estas características no va a generar entusiasmo o afecto en sus habitantes.

Argentina agota en la repetición de sus problemas, en su loop surrealista de temas inconclusos, causas repetidas, exageraciones permanentes, épicas que son más un escondite que una utopía en el sentido clásico.

Tal vez una posibilidad para empezar a revertir esto sea clarificar las discusiones. Evitar que la democracia sea un ejercicio por default y ver la posibilidad de acercar soluciones concretas a problemas concretos sin presentarlos como si fueran otra cosa o como si representaran, en realidad, una visión moral del mundo que separa el cielo del infierno.

El respeto por las palabras, su historia, su carga de tradición y sus implicancias puede ser una buena manera de empezar. Otra, podría ser que las generaciones un poco mayores no alienten a los más jóvenes a tomar atajos y a subestimar la complejidad de los problemas. Algo así como reescribir la historia del éxito y la felicidad y ponerlo en perspectiva.

*Analista político.