COLUMNISTAS

Un papel protagónico

Argumento para un libro: el coronel y su amigo el presidente parten al rescate de rehenes mantenidos desde hace años en condiciones infrahumanas.

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Argumento para un libro: el coronel y su amigo el presidente parten al rescate de rehenes mantenidos desde hace años en condiciones infrahumanas. “Se trata de una operación humanitaria”, sostienen ambos mirando de reojo a la oposición de sus respectivos países de manera que toda crítica quede automáticamente sometida al cargo de entorpecimiento de la generosidad del alma humana.
Y bien: ¿quién retiene a los rehenes, los somete a una forma de tortura psicológica prolongada y los priva de sus derechos humanos? Las FARC, una banda de lunáticos narcotraficantes aliados del coronel, admiradores y amigos –como él– del comandante, y con acuerdos de todo tipo con el ejército y el gobierno venezolanos.
¿Quién lo dice? ¿El derechoso El Mundo? ¿El bolsista Wall Street Journal? ¿El conservador Washington Post? No. Lo dice el progresista diario El País, de España, en una nota titulada “La Conexión venezolana. El narcosantuario de las FARC”, y que comienza así: “La guerrilla colombiana de las FARC ha encontrado su santuario en la Venezuela de Hugo Chávez”.
Y algo similar dicen también las democráticas naciones que componen la Unión Europea, entre ellas: la Alemania tomada como modelo por la Presidenta, que califican unánimemente a las FARC de “terroristas y narcotraficantes”.
Repito: nuestro bolivariano coronel partió al rescate humanitario de rehenes que estaban (y están) en poder de sus propios aliados.
La primera pregunta es: ¿no es ésta, la del coronel rescatador de sus propias víctimas, otra maravillosa originalidad sudamericana? La segunda es: ¿se trata de un libro de García Márquez o de una telenovela caribeña? Y la tercera es: ¿qué tenía que hacer allí el (¿ex?) presidente?
Nótese que el ex presidente fue el único ex mandatario presente en el estropicio. No se ha visto por Villavicencio a Ricardo Lagos, ni a Henrique Cardoso, ni a Julio Sanguinetti, sino a figuras de segundo orden de los gobiernos de sus países.
Ahora bien: si la presencia de un presidente, aunque fuera la de un ex presidente, era importante para garantizar el éxito del rescate: ¿por qué no invitaron a los otros? ¿Por qué no fueron –digamos– Zapatero y Sarkozy? ¿Es razonable pensar que se los invitó y que se negaron? ¿O resulta más verosímil creer que sólo se invitó a nuestro (ex) presidente por alguna otra razón?
Y si es así: ¿cuál podría ser esta razón? ¿Qué motivo podría haber para apostar nuevamente el prestigio exterior de un país –al que todo presidente representa de por vida– a una operación aparatosamente montada, con lujo de mapas con flechitas y verborragia televisiva por las estrellas, por el inefable coronel bolivariano?
¿Qué motivo tan poderoso podría mover al coronel y al presidente a jugar una carta tan riesgosa sino el deseo de sacar viejas fotos de la portada de los diarios y reemplazarlas por el retrato triunfal de nuestros héroes volviendo a casa con los rehenes, ante el aplauso conmovido del mundo?
Otra que “presidente y presidenta modernos en tiempos posmodernos”, como sostuvo la Presidenta el día de su inauguración. Otra que horror por el posmodernismo. Fotos y más fotos. Por encima de cualquier otra consideración. La vida por una imagen. La imagen que no reproduce sino que determina la vida. Y sin embargo, no. Y sin embargo, por ahora no. Ni siquiera ese consuelo.
El escorpión FARC no pudo dejar de cumplir con su esencia escorpionil y picar al coronel amigo que lo llevaba en el lomo. Atrás quedó Oliver Stone, llamado por el coronel para filmar la hazaña. Y la foto triunfal, la foto que debería haber sepultado al gran valijero y la memoria de sus paseos por la Casa Rosada quedó, por lo menos, postergada.
Ha sido reemplazada (hay que leer los diarios de ese día, y reconstruir lo real desde las descripciones de quienes estuvieron presentes) por la foto de un brindis de fin de año en el Tango 01. ¡Qué imagen esa! ¡Qué escena! El presidente, el ex presidente, brindando con champagne en el avión ícono de Menem, despistado por un cambio de huso horario de una hora en tanto a su alrededor se baila, reproducida desde el celular de un fotógrafo, la cumbia del bombón asesino. Lo que se dice: un papel protagónico.
En todo caso, el argumento de las FARC según el cual “operaciones del ejército colombiano impidieron la entrega de rehenes” no se sostiene. ¿Qué impedía (qué impide) a las FARC entrar algunos kilómetros en territorio no controlado por ellas (como hacen cientos de veces por año en sus propias operaciones), dejar ahí a los rehenes y llamar por teléfono después de haberse retirado, sin necesidad ninguna de poner antes sobre aviso al ejército colombiano y al resto del mundo?
¿Qué necesidad había de montar antes de la entrega un circo en la selva, sino la que depende de las necesidades mediáticas del coronel narcisista-leninista, como lo llaman?
Y detrás de tanto bombo y autobombo, de tanto cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia y que no significa nada, unos pobres rehenes atrapados entre el delirio narcoguerrillero de sus captores y las ansias mediáticas de sus liberadores.
Qué diferencia con el caso de la doctora española y la enfermera argentina, atrapadas por delirantes aún peores en Somalia pero que tuvieron la suerte de que se ocuparan de ellas con los recursos que sirven en estos casos: silencio, respeto, profesionalidad, diplomacia.