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Un pontífice de este tiempo

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Es difícil caracterizar este tiempo histórico, pero es claro  que los modos tradicionales de incidir en el espacio público se volvieron rápidamente obsoletos. Con distinta intensidad en muchas latitudes, corporaciones, partidos políticos y sindicatos vienen cediendo protagonismo al poder de la imagen.

Una cultura de iconos y símbolos reemplaza a pesados aparatos; las burocracias públicas y privadas  son cuestionadas en todos lados y los segmentos más movilizados de las sociedades ponen la lupa sobre aspectos que antaño eran patrimonio de expertos y vanguardias.
Es un tiempo controversial, mientras más organización necesitamos, por la complejidad creciente de los temas que enfrentamos, más débiles resultan las estructuras, carentes de legitimidad. En ese contexto, la  necesidad de contar con referentes sociales genuinos y consecuentes entre sus actos y palabras hacen del papa Francisco un líder global de trascendencia.

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Francisco, con sencillez pero también con valentía e inteligencia, se posiciona frente a la opinión pública como le corresponde a un pastor religioso, señalando desvíos, insuflando esperanza y promoviendo escenarios que permitan superar los traumas que nos aquejan, pero sólo la actuación excelente de dicho rol opaca otro perfil mucho más controversial y no puesto en tela de juicio de un modo abierto.

Hay al menos cuatro aspectos que se  destacan en ese sentido:

1. La presentación de las ideologías como una patología de las ideas y la subordinación de las “ideas” frente a las acciones concretas. El Papa insistentemente (en Cuba lo acaba de hacer) previene “contra las ideas”, es un gesto que encarna en la tradición construida en la post-segunda guerra. Como si las ideas entrañaran un peligro en sí y como si las acciones de los hombres no se explicaran en su modo de concebir la realidad.

2. En su última encíclica, Laudato Si, el Papa lanza una serie de reflexiones profundas sobre la urgencia del problema ambiental, pero paradójicamente lo hace desde una posición excluyentemente ideológica, ya que no se conoce ninguna iniciativa de relevancia de parte de la Iglesia Católica, en términos concretos, de carácter ambientalista. Ni los techos de las parroquias son verdes, ni el Estado Vaticano es un ejemplo de actitud ambiental, porque jamás ha apoyado abiertamente las resistencias político-ambientales o a los grupos verdes.

3. Cuando ocurrió el atentado a Charlie Hebdo, y la indignación recorrió el mundo ante la crueldad del ataque, Francisco tuvo palabras explícitamente disonantes, señalando que él también respondería si atacasen a su madre y agregó “no se puede insultar la fe de los demás”.
Haber destacado la (eventual) causa del atentado como un elemento atenuante, en el mismo lugar que las ineludibles consideraciones humanitarias respecto de las víctimas remite a una perspectiva premoderna sobre la primacía de la fe respecto de otras consideraciones a ser protegidas.

4. El Papa no elude pronunciarse políticamente sobre todos y cada uno de los temas más relevantes de la actualidad, desde el ambiente hasta la supuesta decadencia capitalista, desde las migraciones hasta las consideraciones de género. De alguna manera, aprovecha su liderazgo religioso para colocarse en el lugar de un particular jefe de Estado, que lo es.

Es ese lugar político el que lo expone a una crítica política. El Papa siempre adopta posiciones de denuncia y generalmente omite referirse a las causas de los lastres que padecemos. En su lectura los migrantes no escapan de autocracias atroces o el capitalismo no se degrada por los fraudes, etc.

El Papa nos da la oportunidad de un diálogo más profundo con la agenda concreta de nuestro tiempo. Su aporte en ese sentido se hace notar. Más extraña es la ensoñación de algunos de sus seguidores acríticos respecto del jefe de un Estado cuyas decisiones no pueden ser revisadas y donde las mujeres prácticamente carecen de derechos cívicos.

 

*Escritor.