Graciela Bevacqua fue la primera de un demasiado pequeño grupo de personas –integrado casi exclusivamente por mujeres– que le opuso resistencia a Guillermo Moreno cuando el incompetente funcionario gozaba de todo su poder. A lo largo de 2006, siguiendo expresas directivas de Néstor Kirchner, Moreno intentó presionar a las autoridades del Indec para controlar de manera indirecta (por ejemplo, obteniendo el listado de comercios relevados) el índice de precios al consumidor (IPC). La intransigencia por parte de Graciela Bevacqua a semejante violación de las normas estadísticas llevó al gobierno kirchnerista a intervenir de facto el Indec en enero de 2007. Desde ese momento y hasta el último día de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, el Indec falseó todas y cada una de las mediciones del IPC y fue contaminando el resto de las estadísticas que produjo.
La primera cabeza que rodó, antes de que terminara enero de 2007, fue la de Bevacqua. A diferencia de otras heroínas del Indec, como Cynthia Pok, Graciela no estaba preparada psicológicamente para el arrasamiento de su trabajo ni para la sistemática persecución que sufrió a partir de ese momento. Pagó de mil maneras su celo profesional: económica y laboralmente pero también a través de un alto costo emocional. En soledad, sin el confort de una causa política o articulada en un colectivo gremial, resumió en su calvario el sufrimiento de tantos otros trabajadores del Indec. Cuando el nuevo gobierno anunció que ella y Jorge Todesca serían los encargados de normalizar el Instituto estaba dando un mensaje extraordinario. El control político quedaba a cargo de un economista que no sólo se había enfrentado a Moreno sino que además no pertenecía a la coalición gobernante, asegurando así para el Instituto una independencia inédita. Bevacqua, por su parte, representaba a los trabajadores que habían elegido perder su lugar de trabajo antes que alterar una metodología profesional. Al despedir a Bevacqua se borraron de un plumazo ambos aciertos. Todesca no opuso la menor resistencia a la primera presión política y Bevacqua vio repetida su pesadilla personal. El error fue de la misma dimensión que el acierto original.
La discusión acerca del tiempo requerido para poder preparar un IPC digno presentaba una dificultad: se trata de una situación inédita, producto del desastre que el kirchnerismo significó para las estadísticas públicas. No hay experiencias previas en las cuales un índice tenga que construirse desde cero, sin que sea acompañado durante un tiempo por el que va a ser reemplazado. La metodología indica que el indicador nuevo y el viejo coexisten durante un tiempo para poder mantener la comparabilidad en el tiempo. Ese es el famoso “empalme” con el que Kicillof nos mintió descaradamente. Cuando Bevacqua argumenta con razón que la experiencia internacional muestra que un indicador de ese volumen requiere casi un año de puesta a punto, no toma en cuenta el hecho de que los casos conocidos no se hacían sobre la tierra arrasada que es hoy el Indec.
Toda esa discusión acerca del tiempo requerido y de las posibles soluciones parciales para paliar la transición de metodologías se debió haber hecho a tiempo y a puertas cerradas, llegando a una única conclusión y defendiéndola racionalmente contra las urgencias políticas. El Gobierno actuó como si el problema le explotara en las manos en febrero, cuando el conocimiento de su complejidad se podía advertir desde aquel tórrido enero de 2007 cuando Graciela Bevacqua salió de su anonimato y se convirtió en una de las más reconocidas víctimas del kirchnerismo. Quizás la tragedia definitiva del Indec sea esa: que nadie comprenda la gravedad del hecho, de lo que implica que una fuente de conocimiento sea arrasada de esa manera. Fue tan brutal lo que sucedió en los últimos nueve años que su reconstrucción debía requerir el mayor de los cuidados y la más extrema de las paciencias. Aun hay tiempo para corregir, pero el primer paso fue innecesariamente dado en falso.
*Periodista. Autor de Indec: historia íntima de una estafa.