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Un regreso inesperado

Tomas150
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Si algo ha dejado la década que se cierra dentro del estrecho campo de la industria editorial en la Argentina es el surgimiento y la consolidación de los sellos independientes, responsables directos de mucho de lo mejor que se publicó en el país en estos años. En la estela inaugurada en la década del 90 por Adriana Hidalgo y Beatriz Viterbo, y en consonancia con la crisis que modificó el negocio editorial desde 2001, muchos sellos pequeños se propusieron ocupar los espacios que dejaban vacantes (por desinterés o desidia) las grandes editoriales. Interzona, creada en 2002, fue uno de los que mayor visibilidad obtuvieron hasta su cierre en 2008, publicando a autores inéditos u olvidados, o impulsando a otros, de generaciones anteriores, con una nueva vitalidad. Interzona había tenido dos etapas discernibles. Sus primeros editores fueron los poetas y ensayistas Edgardo Russo y Damián Ríos. Al poco tiempo de fundada, Russo partió para emprender otro proyecto (El Cuenco de Plata) y Ríos le otorgó al sello la impronta que lo hizo conocido, una mezcla de modernidad y frescura, editando a escritores que provenían del circuito alternativo (Washington Cucurto, Gabriela Bejerman) y a otros de conocida trayectoria (César Aira, por ejemplo). Cuando Ríos dio un paso al costado, en 2005, fue el novelista Damián Tabarovsky el que tomó las riendas de la empresa, inaugurando una colección de ensayos, limando un poco el carácter juvenil de la editorial, y siguiendo con la apuesta por autores poco difundidos (Juan Terranova, Daniel Galera, Hernán Ronsino) a los que se siguieron sumando otros consagrados, ya sea por la crítica o por los lectores (Fogwill, Juan Villoro, Sergio Bizzio).

Fue por estos años que Interzona, sumando las dos gestiones, terminó por consolidar un catálogo, y se convirtió en un referente y una marca de prestigio, con presencia en medios y una notable circulación de sus títulos (algunos llegaron a agotar tiradas, algo no frecuente para las editoriales independientes). Tal vez por eso no se merecía el final que tuvo: a fines de 2008 los inversores del emprendimiento pusieron en venta Interzona, y al no encontrar compradores suspendieron las publicaciones, rescindieron los contratos del personal y dejaron de pagar a los autores.

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Dos años después, el dueño de La Marca Editora, Guido Indij, se propuso revivir la editorial, aprovechando el capital simbólico del sello aún circulante. Y así es como Interzona acaba de entrar en su tercera etapa. Los títulos elegidos para el relanzamiento (dos novelas, de Gustavo Dessal y Hernán Vanoli, y una crónica periodística de Juan Villoro) no permiten aún vislumbrar cuál será su nuevo rumbo, tal vez porque se prefirió encarar una gestión diferente a las anteriores, sin una figura de editor reconocible, y con una frecuencia de edición todavía no determinada. Pero no por eso deja de ser una noticia atendible. El título de Villoro (8.8. El miedo en el espejo, una pieza de no ficción sobre el terremoto de febrero de este año en Chile, donde el escritor se encontraba asistiendo a un congreso de literatura infantil) incluso permite entusiasmarse con que pueda surgir en el marco de Interzona una nueva colección de crónica periodística, ese género tan en alza en América latina que no ha funcionado (o al menos es lo que se suele decir) comercialmente para las editoriales llamadas grandes. Sólo el tiempo podrá decir cuál es el futuro de un sello que parece haber resurgido de las cenizas de la industria editorial, cuando ya nadie lo esperaba.