Cuando era chica me contaron que John Lydon había insultado a Maradona durante un recital en Buenos Aires como respuesta a los escupitajos de un público aún practicante de ese rito punk. La anécdota (cuya veracidad no confirmé) pretendía ilustrar el vuelco sustancial del ex cantante de los Sex Pistols tras haber llegado a la madurez. Con la misma intención, un colega me mostró las declaraciones de Lydon a propósito de las últimas elecciones en Estados Unidos, en las que se autodefinía, pese a ser millonario hace décadas, como “un inglés de clase trabajadora” para el que Trump era un candidato perfectamente aceptable. “Tiene completo sentido que vote a una persona que le habla de verdad a mi clase de gente”, llegó a afirmar. Hay quienes ven en Rotten una debacle ideológica o mental derivada de la vejez, pero yo veo a un tipo consecuente consigo mismo. Tanto cuando vituperaba a la Reina desde un barco, estimulando la transformación de un movimiento contracultural en una propuesta estética ultracomercializable, como ahora, Lydon prefiere hacer declaraciones que vayan por fuera de los discursos mejor tolerados por la época. Tanto en la década del 70 como ahora, su forma de vivir guarda escasa relación fáctica con sus palabras. Ni transitó aquellos tiempos como un verdadero anarquista, ni padece hoy las penurias de la clase en la que tiene el berretín de inscribirse. “Cuarenta años atrás pensaba que Lydon hablaba por mí –escribió un comentarista de Good morning Britain–. En realidad solo decía estupideces”. Un fan decepcionado rara vez se equivoca.