La posibilidad de que en algunos años los sistemas tradicionales de enseñanza comiencen a ser desplazados por tecnologías virtuales es una de las últimas estimaciones sobre el futuro de la educación. Que esos sistemas brindarán sobre todo saberes técnicos y proyectuales es otra de las proyecciones que se realizan. Sin duda, un atractivo escenario. No obstante, en los distintos programas escolares que se anticipan ya puede observarse cierta preocupante desconsideración de la filosofía, el arte y otras ciencias y disciplinas humanas, pilares del desarrollo de una conciencia crítica y una perspectiva amplia de los hechos que permita conocer la realidad que nos rodea, aprender a vivir con otros, tomar decisiones, y comprender los aspectos más misteriosos de la persona humana.
El pensamiento que se despliega mediante el conocimiento de las humanidades permite una conexión más inteligente y fructífera con el mundo, desplegando una mirada crítica que enriquezca con la duda el conocimiento y nos permita crecer, ser mejores ciudadanos y profesionales. Es celebrable la inclusión en la agenda educativa del desarrollo temprano de un pensamiento crítico y una conciencia cívica. La vida en sociedades modernas implica ejercer la libertad con una conciencia de su dimensión: libertad implica responsabilidad, indispensable para una vida social ordenada, especialmente cuando los sistemas de convivencia se presentan tan complejos. El viejo dicho “conoce tus derechos y tus deberes” pareciera haber perdido densidad; éste es el efecto que suele producir el recitado automático de algunos preceptos.
Nos hemos preguntado durante años qué impedía a los chicos desarrollar un pensamiento crítico. Apuntamos a la escuela, revisamos programas, generamos talleres, organizamos charlas y conferencias con el fin de adoctrinar a los docentes en este objetivo, citamos a Sarmiento y a Freire como si fueran parte de una misma constelación ideológica. Y finalmente nos dimos cuenta de que fracasaríamos porque muchos docentes en los que depositábamos la tarea no iban a poder hacer con sus alumnos lo que sus maestros y profesores no habían hecho con ellos.
Pensamiento crítico es, en verdad, un pomposo término que se reduce a la condición básica de aprender a pensar. Y “aprender a pensar” se aprende pensando. Es una acción transversal a la vida formativa, no un propósito que requiera de momentos especiales y métodos formales.
Como ejemplo, el proyecto “Innovando con inteligencia”, originado en la prestigiosa academia Lemshaga de Suecia, ha promovido en distintos centros educativos del mundo –incluyendo Harvard– un programa de ejercicios mentales que permite a los estudiantes objetivar saberes y desplegar la imaginación (Visible Thinking Routines). Precisamente, en esa propuesta los estudios artísticos y culturales son el principal motor para formar personas reflexivas, críticas y con autonomía de pensamiento.
Un sistema educativo fomentará capacidades para pensar y para vivir en sociedad de dos maneras: con la presencia en el aula de docentes que generen en el alumno una predisposición favorable al ejercicio productivo del pensamiento; y con planes de estudio cuyos contenidos incluyan, además de filosofía, arte y otras humanidades, el análisis de las causas primeras del mundo, del hombre y de la vida en sociedad.
*Director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de la Fundación UADE.