¡No encuentro el libro de Paul de Man! Apareció Alegorías de la lectura, pero no el otro. Debe estar en las cajas sin abrir en el garaje, en el no man’s land de la mudanza. Y encima no me acuerdo el nombre… es el de tapa negra, en la editorial Visor… el que tiene el ensayo sobre Benjamin…¿cómo se llamaba? Busco en la solapa de Alegorías y lo encuentro: La resistencia a la teoría (lo tenía en la punta de la lengua). ¿Cómo se recuerda un libro? ¿Cómo hablamos de un libro que leímos hace años y sin embargo lo tenemos presente? Pero, ¿qué tenemos presente? En mi caso, pocas veces la idea general del texto, el sentido de libro, un resumen del contenido, sino más bien frases laterales, alusivas, alguna idea que me interesó y me hizo pensar en otra cosa (para mí pensar es siempre pensar “en otra cosa”). Lo cierto es que La resistencia a la teoría incluye un artículo sobre La tarea del traductor de Benjamin en el que, antes de entrar en el tema, explica el porqué de la elección de ese ensayo del autor alemán. Dice De Man que finalmente todo gran intelectual debe alguna vez escribir sobre uno de esos artículos muy transitados, ésos sobre los que ya escribieron muchos otros, para dejar su huella, su impronta, arriesgarse a dar su propia interpretación.
¿Qué nombre llevaría esa situación al caso argentino? Borges. No reprimir la tentación de escribir sobre Borges, de decir algo nuevo sobre su figura, su mito, su obra. De hecho, hay una biblioteca entera de buenos, malos y regulares libros sobre nuestro mayor escritor. Pero ahora que lo pienso, yo nunca escribí seriamente sobre Borges. La razón es obvia: no soy un “gran intelectual”. Pero también, tal vez se deba a otra causa. A una razón insegura, balbuceante, una pregunta antes que una certeza: ¿y si fuese otra –u otras– la obra sobre la que vale la pena apostar a dejar una marca, a decir algo nuevo, a sacudir el sentido común? ¿Y si ese autor fuera Néstor Sánchez? ¿Es una exageración? Sí, es una exageración insostenible (¿pero la propia literatura no es ya una exageración insostenible?). Pero, sí, reculo: no es Sánchez contra Borges (lo que no tendría ningún sentido ni interés, más bien al contrario: todavía es dable y necesario seguir pensando a Borges) sino más bien la posibilidad de encontrar una productividad en la obra de Sánchez para comprender un cierto derrotero de la literatura argentina y latinoamericana contemporánea.
De Sánchez se acaba de reeditar La condición efímera, originalmente publicado en 1988, que contiene Diario de Manhattan. Escrito en primera persona, precisamente en forma de diario, de inmediato se lee: “Por ahora ningún propósito concreto, salvo que escribiré en permanencia, por primera vez, con la mano izquierda”.
Descripción que abre la genealogía a El discurso vacío, de Mario Levrero –de 1996– escrito en primera persona, en forma de diario, cuyas primeras palabras son: “Hoy comienzo mi autoterapia grafológica (…) este método parte de la base de una profunda relación entra la letra y los rasgos de carácter”. Como es conocido, Levrero profundiza aún más esa estética en La novela luminosa, su libro póstumo. Hay de Sánchez a Levrero (con desviaciones en El árbol de Saussure de Libertella, Mis dos mundos, de Sergio Chefjec y por supuesto Peripecias del no, de Luis Chitarroni, entre otros) un hiato para pensar la tensión paradójica entre la escritura en primera persona y los procesos de disolución de la identidad, entre el enrarecimiento de la sintaxis y la crítica a que la literatura sea un modo de comunicación, entre la deriva urbana y la novela mental, entre el yo y la búsqueda de una distancia con lo narrado equivalente al uso del indirecto libre, entre lo autobiográfico y la sospecha en la inconsistencia de la autobiografía. A partir de Sánchez es posible comenzar a trazar ese mapa y extraer de allí consecuencias radicales.