“El ejército parece sencillo, fácil de manejar. Ninguna parte está compuesta de una sola pieza; se trata de individuos que conservan
en todas partes su propia fricción”
Carl Von Clausewitz (1780-1831)
La palabra “enganche” suena irremediablemente a máquina y desangeliza bastante su esencia. Estamos hablando de un número, el 10 y una condición para pocos: ser el creativo del equipo, el ideólogo. Eso eran. Un invento muy argentino, casi una necesidad. El genio incomprendido que con un gesto, un toque, un arranque siempre más mágico que lógico, consigue el hueco exacto, el pase genial, el camino al gol y a la victoria. No hablamos necesariamente de un líder. Líderes fueron Rattín, Ruggeri, Passarella o Perfumo, gente intimidante. No. Nuestro hombre es un héroe romántico, un poeta, un genio incomprendido con destino de mito. Daré el ejemplo perfecto: Ricardo Bochini, el hombre que arruinó mi adolescencia racinguista. Petiso, desgarbado, imperturbable, sin un poderoso remate, ni cabezazo, ni carisma. Se impuso, maldición, en base a un talento desmesurado. Dribbleador vertical, avanzaba o cortaba el pase como una puñalada atroz en medio de la defensa rival y chau. Cuando la pelota pasaba por sus pies todo era posible. Bochini fue, seguramente el mejor enganche imaginable. Para felicidad de las viejas y eficientes administraciones rojas, fue el productor de centrofowards más grande de la historia. A su lado llegaron a alturas inimaginables tipos como Percudani, Outes, Giachello y tantos otros que descendían al abismo, lejos de sus piernitas. Riquelme, el último ejemplar de la raza, comparte con Bochini la melancolía y la certeza de que sólo funciona a resguardo con corte adicta y un ambiente que lo proteja de los males de este mundo. Bochini no fue vendido jamás. Riquelme no debió irse nunca. Así funcionan. Gardeles exclusivos, bien de acá.
Sin embargo, años atrás a nadie le preocupaba el tema. ¿Quién jugaba de enganche de La Máquina; Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna o Lousteau? ¿Y en el Brasil del 70, Jairzihno, Gerson, Tostao, Pelé o Rivelinho? ¿Todos lo eran? ¿Qué enganchaban, entonces? ¿Cruyff era enganche? ¿Di Stéfano? ¿Maradona? Quizás el francés Platini haya sido el más enganche de todos ellos. Y el menos jugador, claro.
Riquelme divide aguas, se lo ama o se lo detesta. Lo raro es que el planeta futbolero ningunee tan olímpicamente al mejor jugador del momento, como se lo definía después de la Libertadores de Boca y la amnistía materna. Es que nadie en el mundo juega ya con enganche. Los volantes son multiuso y los delanteros mezcla de tanques y Fórmula Uno. Es el músculo contra “la nuestra”, el talento desbordado. El Pochito Insúa tuvo un paso gris por el Málaga antes de deslumbrar en Boca y volver a Europa para irse al descenso en Alemania y pasar al América mexicano. Gallardo hace banco en París y antes, en Mónaco, jugó por izquierda. Aimar anduvo bien en el Valencia pero siempre como mediapunta. D’Alessandro ahí anda. Un blues. Es verdad que en el 3-3-1-3 de Bielsa hay lugar para una especie de enganche, pero muy al estilo de Verón, un jugador de toque rápido y pegada. Nada de pisaditas, caños, pases laterales que frenen al equipo. Otra onda.
Blanquiceleste, la pequeña firma que hace uso y abuso de la marca Racing y su largo millón de adictos, acaba de rematar en cinco minutos a Maxi Moralez, seguramente el mejor jugador que dio el club desde Lisandro López, un tipo con el suficiente talento como para jugar del medio hacia adelante con su 1,60 m de estatura. Lo mandaron a Rusia por 7 palitos. Ay. Debería repasar la historia De Tomasso: la helada Rusia se deglutió a Napoleón, al ejército alemán, al torito Cavenaghi y ahora lo hará con el pobre chiquitín que, al fin y al cabo, tampoco es un enganche clásico. Como tampoco lo es el Rolfi Montenegro, ahora lesionado, muy eléctrico para jugarla de estatua pensante. El Rengo Díaz, su reemplazante, está más cerca de eso. Pero ese apodo... ¡y encima tatuado en la pierna! Le será cuesta arriba. Passarella intentó darle el cargo al inclasificable Belluschi en River y fracasó: ahora juega sin enganche ni culpa. San Lorenzo apenas tiene a la Gata Fernández, que no es enganche y Rácing... bueno, ya sería un milagro que Racing juntara once. Carrusca, Gracián... son débiles manotazos de ahogado para un Boca que no termina de elaborar el duelo románico. Y se terminó. No busquen que no hay más.
Nadie quiere enganches, nadie los compra. ¿Por qué? ¿Odian la poesía, odian el color, como los dueños de los 70 balcones? No creo. Una cosa es hacer la pausa y otra cosa muy diferente jugar al ritmo de las Gimnopedies de Satie. El fútbol moderno coloca dos volantes centrales delante de la línea de cuatro, uno con más manejo que el otro; dos volantes de recorrido por los costados, un mediapunta veloz y un punta de área grande como un mundo. En ese esquema –que a veces hasta prescinde del media punta– los Riquelmes, simplemente... no entran. Fin de la cuestión. Talentos incomprendidos en un mundo injustamente hostil. ¿No les suena conocido? ¡Es la historia de nuestro país, compatriotas! Un karma latinoamericano que alcanzó a los pobres enganches, tan nuestros como el mejor de los tangos, todos los peronismos, ganar una pisadita para elegir, amasar la Pulpo o hacer la pared con la pared, esas cosas raras que inventamos acá.