Al igual que varios otros de su talla, el CEO global del Citibank, Michael Corbat, llegó la semana pasada a la Argentina, se encontró con el presidente Mauricio Macri y elogió las reformas de Cambiemos. Debió explicar para no invalidar el gesto que la venta del negocio minorista de la compañía no es un mensaje negativo al Gobierno, sino parte de una decisión estratégica ya tomada. La apuesta por el país se ciñe a volcar US$ 3.500 millones para crédito a empresas, aunque reconocen en el banco que hoy el problema es que falta demanda, por el parate de la economía.
Es que todo el glamour que Macri despliega cuando se roza con magnates y gerentes internacionales se deshilacha tierra adentro ante la desconfianza de los empresarios símil su padre, Franco, que siempre encuentran una excusa más para explicar por qué no está dado el clima para invertir. Como una carrera con infinitas vallas, para ponerlo en términos olímpicos.
Pasó el cepo, el fin de las trabas a las importaciones, se acabó el “aislamiento internacional” tras el acuerdo con los holdouts, hubo ostentación de gobernabilidad con pagos a provincias y sindicalistas, y todo sin cadenas nacionales y sin malos tratos desde la Casa Rosada. Por el contrario, la administración está llena de CEOs, de tipos de su palo. ¿Qué más quieren?
Y sin embargo, “todavía hay incertidumbre”, como decía un ejecutivo en el mismísimo cóctel que el Citi hizo el miércoles para celebrar su nueva mirada sobre el país. Ahora el nuevo leitmotiv de la duda es la preocupación por el déficit fiscal. “No baja, sino que sube, y por ende habrá más inflación de la que el Gobierno dice el año que viene”, explican recitando la crítica que los economistas más ortodoxos repiten sobre la gestión de Alfonso Prat-Gay, el ministro de Hacienda.
Justamente, uno de los gurúes que nadie podría acusar de kirchnerista se encontró con Macri en una cena. “Me tenés abandonado”, le dijo el Presidente. “Y si hacés todo al revés”, le respondió el economista. Macri rió. “El sueña con ser Frondizi y Sturzenegger cree que todo se va a arreglar con una lluvia de dólares”, diría ese hombre más tarde a sus clientes. En una catarsis noventista, incluso, repitió una tesis extendida entre los melconianes de la vida: “A Macri le gusta el Estado grande”.