Aunque usted no lo crea, “la hora de la hora” para el diferendo entre España y Cataluña recién empieza. El ex vicepresident de la Generalitat, sus consellers y los principales referentes sociales catalanes están en prisión y acusados de sedición. El president y otros tantos consellers, en Bruselas, con aires de gobierno en el exilio y euroorden de captura ya activada.
Creciente resistencia social ante la inédita aplicación del artículo 155 de la Constitución (análoga a nuestras archiconocidas intervenciones), de efervescencia imprevisible: huelgas, cacerolazos y marchas en defensa de la autoproclamada República y sus primeros caídos políticos. El “españolismo” catalán copando por primera vez las calles con una masividad sorprendente para propios y extraños; amén del despertar nacionalista más recalcitrante en otras latitudes de la España más española.
Y es que, para todos los frentes, la cuestión catalana se ha convertido en coartada para salir de sus respectivos armarios. Como telón de fondo, el Juego de Tronos se pone al rojo vivo: el verdadero referéndum no fue el 1O, será en cuarenta días, cuando se celebren las elecciones exprés pactadas por el PP, el PSOE y Ciudadanos. Ese será el auténtico comicio que mida las fuerzas de cada cual, una vez planteado el divorcio, cuyos resultados dependerán, y mucho, de cada paso que se dé desde hoy hasta el día de la elección.
Pero al margen de los “qué, cómo y cuándo” que nos obsequie cada bando –incluido el de los matices intermedios de Podemos y “los comunes” de Ada Colau– hasta el Día (21) D, la grotesca línea que delimita a vencedores y vencidos ya ha sido trazada. Y, para sorpresa de cualquier observador foráneo, ésta no es ninguna divisoria sino un círculo “tragimágico” que engloba a todos: a independentistas, a eclécticos y a unionistas, sean éstos catalanes o españoles en general.
Para mayor sorpresa –si cabe–, no es porque sean todos ganadores, ni perdedores. Todos son ambas cosas a la vez, en proporciones variables según las coordenadas objetivas y subjetivas de cada observador. Sin dudas un caso de estudio más próximo a la física cuántica y la dualidad onda-partícula que a la sociología política de los pueblos. Nada es lo que parece, y la realidad se curva por momentos.
Aun así, los incendios de estas características no suelen surgir de la combustión espontánea: en este caso se sustenta en algunas falencias históricas de “segundo origen”, considerando como tal el tardofranquismo cuasi democrático, por imperativo geopolítico occidental. La mundialmente conocida como “transición española” parió en 1978 una Constitución que, para buena parte de los españoles, era de mínimos y firme candidata a reformas ulteriores, debido a la amenaza golpista que aún latía con fuerza en aquellos años.
Por su parte, los soberanistas cuentan en su haber con limitada legitimidad: las elecciones de 2015 ya fueron pretendidamente plebiscitarias pero, aun por poco, no se llegó ni al 50+1% de los votos emitidos; muy lejos del 50% del padrón electoral. Además de que siempre han sabido que la independencia de Cataluña no era factible al corto-mediano plazo; pequeño detalle no explicado a su propia tribuna.
La política, de aquí y allá, necesita menos gurús new age vendedores de crecepelo y más estrategas o cientistas sociométricos; más políticos, al menos, candidatos a estadistas. Que lean más a Confucio, Lidell Hart, Maquiavelo, Aristóteles o Sun Tzu; y que descarten algunos Power Points alucinógenos, hechos por grandes sabedores de nadie sabe bien qué.
* Consultor. Director de Cedesur. Desde Barcelona.