A un mes hoy de la desaparición de Néstor Kirchner, los empresarios detectan un rumbo distinto en el gobierno de su viuda. Y consignan señales que consideran favorables, quizá porque inicialmente temían otro curso.
Presencia de Cristina en la celebración de la industria, festejo al que antes no solía asistir y entidad con la que mantuvo en los últimos meses una relación conflictiva y contradictoria, debido a las desavenencias con Techint y a partir de la abstención de los emprendedores para no complicarse en la guerra contra el Grupo Clarín.
La actitud, con negociación mediante, por resolver la deuda con el Club de París (que habilitaría a empresas extranjeras a requerir financiamiento de sus casas matrices).
Aun bajo el manto de una presión obvia (posible castigo del organismo), el Gobierno decidió requerir una asistencia al odiado FMI para confeccionar un índice de precios de alcance nacional que ampliaría las fronteras y la existencia del cuestionado Indec (el oficialismo imagina con alguna ilusión que esta figura, hasta ahora inexistente, significará un borrón y cuenta nueva para los tenedores de títulos afectados por estadísticas dudosas).
Trascendió que la mandataria le comunicó al ministro Amado Boudou que suspendiera apariciones en peñas (de donde salió un presunto asesino del militante del PO), campañas personales de promoción política en el Gran Buenos Aires y, tambien, más recato en el uso de la guitarra y la exhibición de su moto de alta cilindrada.
Una sugerencia semejante descargó sobre Diego Bossio, dedicación completa a la tutela de la Anses y postergación de campañas políticas. Mensaje doble que, al aplicarse sobre preferidos, se propaga hacia el resto de los que no gozan de ese privilegio.
Declinación efectiva del poder de Hugo Moyano: aterrorizado con el suspenso de sus causas judiciales, pide asistencia técnica al Gobierno y perdón ante quien lo requiera.
La voluntariosa insistencia por arbitrar, desde el Estado, un pacto social entre la CGT y las entidades empresarias que eliminaría, hacia el año próximo, paros, huelgas y cortes, incluyendo en la entente la fijación de un aumento salarial de 20% para todo 2011. Para decir, quizá, como en el poco explícito acuerdo de la última semana, entre compañías petroleras, gremios y gobernadores sureños, que “si no cumplen, los voy a matar a todos”.
También aprecian una moderación y apaciguamiento en el tono de sus últimos discursos, ajenos a la desafiante característica que impuso en meses anteriores.
No ignoran en este juego la marginación de una nonata reforma financiera y la deliberada sepultura –transitoria, hasta mejor entendimiento– del reparto de ganancias de las empresas a favor de los trabajadores.
Esta genérica suma de elementos –dicen los empresarios– es una nueva mirada a la sociedad que consolida a Cristina y le adelanta posibilidades para una eventual reelección (o a un retiro glorioso, tipo Lula). Para ellos, estos treinta días han sido una novedad. En rigor, han perdido la memoria: antes de asumir como mandataria y luego de pregonar “el cambio” (eslogan de campaña), Cristina sostenía que buscaba una mejor inserción del país en el mundo (negociación con organismos internacionales), mayor calidad y pluralidad institucional y mayor transparencia en la gestión (de ahí que, entonces, se anunciaba la renuncia de Julio De Vido). Como dato adicional, debe recordarse que, en la oxigenación promovida, incluyó como ministro de Economía a Martín Lousteau, un heterodoxo del liberalismo con mínima experiencia en esa tarea.
No prosperó “el cambio”. Néstor Kirchner impuso limitaciones. Le parecía impropia la separación de De Vido –uno de los juntavotos bonaerenses que permitieron consagrar a Cristina Presidenta–, casi una ofensa a la pureza de su propio gobierno. Tampoco le agradaban Lousteau y sus rulitos, aunque permitió que lo dejaran jugar. Hubo trifulcas, riñas con Alberto Fernández y sus influencias casi nefastas. Del frío se pasó al témpano con la gestión, explotó la corruptela del caso Antonini Wilson –episodio negado en un principio y considerado como un embate del imperio (norteamericano, claro)– y al poco tiempo se desató la crisis con el campo, el fracaso de la 125, epílogo para Lousteau y deserción de Fernández. Para bien o para mal, desde ese momento la mano de Néstor codirigió muchas determinaciones de Cristina.
Por lo tanto, lo que ahora ven los empresarios parece un revival de aquellas iniciativas congeladas. Quizás, en términos prácticos, el nuevo proceso constituya una vuelta a la normalidad del crédito, una mejora en las tasas y un incremento de las inversiones (como se sabe, la Argentina está inopinadamente sexta en relación con otros países de la región). Para los empresarios, se abre una oportunidad, aunque pesan como negativos el creciente volumen inflacionario y los criterios que ella tiene al respecto (cree que es un problema de oferta, no le atribuye responsabilidad a la explosiva emisión). Por no hablar del impacto que ofrecerán, como con Antonini Wilson, las graves imputaciones que surgen de la aparición de 26 mil mails comprometedores con la administración del Estado y que no incumben, solamente, al ex secretario Ricardo Jaime (quien, por otra parte, en su infierno ahora debe estar feliz por compartir responsabilidades con infinidad de otros complicados).
Para los empresarios, es un salto más alto para los activos argentinos y una consolidación del crecimiento. ¿Piensan igual los del lado progresista del kirchnerismo que imaginaban dominar a Cristina como si fuera “la tía Cámpora”? Hoy interpretan su muñeca política con la misma benevolencia de algunos sectores militantes, en los años setenta, que traducían al “Viejo” diciendo que los favorecía cada vez que los apartaba del poder. Igual, nadie dispone de certezas sobre el futuro: ella se muestra cordial, pero ninguno está seguro en su cargo. Además, no se sabe de voces que perforen la intimidad de su despacho (aunque circulan versiones sobre cierta cercanía repentina de Jorge Capitanich, quien si alguna vez con sus galimatías numéricos pudo seducir a Chiche Duhalde, ahora bien podría convencer a Cristina). En un mes, sin embargo, dispone de más poder que su difunto en otros tiempos, quizá precario; superior expectiva popular, tal vez momentánea. Pero no usa los criterios abusadores de él. Por ahora.