Las islas Malvinas, al igual que todo mito, y luego la guerra de las Malvinas, al igual que todas las guerras, favorecen los discursos definitivos, los tonos del énfasis, las frases rotundas. La realidad concreta tiende a quedar más bien difusa, como si el tan cantado “manto de neblina” lo decidiera todo; pero en los enunciados y en las representaciones predomina claramente la confianza en los sentidos plenos: soberanía, argentinidad, reivindicación, gesta, patria.
Para narrar lo que fue esa guerra, en cambio, la literatura ensayó largamente el sinsentido. Y en el sinsentido encontró sin dudas una verdad, acaso más sustancial todavía: la picaresca de supervivencia de Los pichiciegos de Fogwill, la parodia y el grotesco de Las islas de Carlos Gamerro, el desbaratamiento de identidades de Una puta mierda de Patricio Pron, la suspensión beckettiana de Trasfondo de Patricia Ratto. Pero aun el sinsentido tiende en esos casos a la plenitud, y es concluyente.
El estreno de La forma exacta de las islas, la película de Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, puede que marque una inflexión distinta sobre esta cuestión. La película es compleja y se compone desde ángulos diversos, y por lo pronto contiene las imágenes de otro proyecto de película, esta vez de Julieta Vitullo. Pero entre las capas distintas de tiempo y de enfoques cambiantes que propone este documental, hay una escena que presiento inédita.
En ella vemos a dos ex combatientes que, de regreso en Malvinas a casi veinticinco años de la guerra, conversan y casi discuten, una noche, en un cuarto de hostería. Un rasgo singular distingue este intercambio: no están seguros de lo que dicen, no saben adónde van a llegar con cada frase. O sea, no hablan de algo que ya han pensado, sino que van pensando mientras hablan. Y entonces ciertas cuestiones decisivas (para todos pero en especial para ellos, que han sido soldados de esa guerra), como la posibilidad o la imposibilidad del heroísmo, el sello fatal de la dictadura y sus alcances, la gloria eventual del sacrificio o la evidencia penosa de haber sido usados, se examinan sin certezas previas.
Ninguna plenitud: ni del sentido ni del sinsentido. Otra cosa, el contrasentido. O el intento conmovedor, que la película registra y expone, de dar sentido y no poder, de buscar un sentido y no encontrarlo. La escena define un capítulo de importancia, según creo, para esa historia de guerra que no deja de contarse.