La política macroeconómica de estos días es tan desconcertante como el título de esta nota.
El ministro de Economía, en una versión muy libre de keynesianismo, está convencido de que la forma de mantener la actividad económica y el empleo es a través de un aumento del gasto público, por encima de los ingresos fiscales.
Como dicho déficit no puede ser financiado, como sugería don Keynes, con deuda pública colocada voluntariamente entre ahorristas privados renuentes a gastar, el ministro recurre a la colocación de deuda indexada por el ajuste del dólar oficial, que pagará el próximo gobierno, colocada con cierto grado de presión entre inversores institucionales y compañías de seguro, y a la emisión de pesos del Banco Central.
Emisión que, como él sostuvo siempre, no tiene efectos sobre la tasa de inflación u otras variables nominales de la economía.
Sin embargo, como la actividad económica necesita de dólares para producir y dólares, insisto, con las reglas actuales y al precio oficial no hay, profundiza el racionamiento de divisas para los importadores. En otras palabras, el ministro es “expansivo” en pesos, pero “contractivo” en dólares.
Por su parte, el Banco Central, que parece que sí considera que la emisión de pesos para financiar el déficit fiscal tiene consecuencias sobre las variables nominales de la economía, se encarga de absorber dichos pesos, colocando deuda de corto plazo entre los bancos, (Lebacs), para controlar el aumento de la cantidad de dinero. Es decir, mientras el ministro de Economía expande pesos, el presidente del Banco Central se encarga de “sacarlos” de circulación con deuda. Al final del día, la deuda del Banco Central (emisión futura o futuros títulos de largo plazo) se encarga de pagar sueldos, jubilaciones y subsidios económicos, porque la recaudación impositiva récord no alcanza. Un ministro “expansivo” en pesos y un Banco Central “contractivo” en pesos.
A su vez, en materia de dólares, el Banco Central se está encargando de terminar con el mercado de compraventa de dólares con bonos y acciones. Este mercado era la “válvula de escape” sugerida por el propio ministro a importadores, para aliviar las restricciones en el mercado oficial y permitir, en una suerte de desdoblamiento cambiario de facto, pagos de importaciones impostergables a proveedores del exterior. Otra vez, un ministro que veía en el dólar Bolsa una alternativa para no frenar aún más la actividad, aun reconociendo cierta presión inflacionaria, y un presidente del Banco Central que modificó esta política (¿lo convenció?), paralizando dicho mercado.
A su vez, mientras los ministerios de Economía e Industria pretenden que el crédito al sector privado reactive el mercado de bienes durables y automóviles, el Banco Central, como se mencionó, “le saca” crédito al sector privado para financiar al sector público. Completando así las incoherencias de estos días.
En síntesis: un ministro expansivo en pesos y contractivo en dólares, y un Banco Central contractivo en pesos y contractivo en dólares, aunque manteniendo cuasi fijo el tipo de cambio oficial, como instrumento “reactivante”.
Pero mantener cuasi fijo el tipo de cambio oficial, paralizado el mercado “libre”, frente a un escenario externo negativo, por razones locales e internacionales, hace que todo el ajuste interno a esta situación externa sea por medio de la recesión o la deflación (caída de la actividad, del empleo privado y del salario real).
Por supuesto que, además de esto último, recesión, desempleo y deflación de salarios, esta mezcla compleja de políticas expansivas en pesos y en crédito al sector público, y contractivas en dólares y en crédito al sector privado, tiene consecuencias redistributivas e intertemporales.
Redistributivas, porque no es lo mismo ser empleado público o proveedor del Estado que depender del empleo y gasto de las empresas privadas que no tienen relación con la demanda del sector público. Intertemporales porque, cuanto más déficit fiscal y deuda pública con el sistema financiero se acumule, y más se demore el ajuste del tipo de cambio y las tarifas, a la nueva situación del mundo y a los verdaderos costos de los servicios públicos y de la producción de energía, más distorsiones tendrá que resolver el próximo gobierno.
Eso, siempre y cuando estas incoherencias “aguanten” hasta el fin del mandato de la Presidenta.