Desde que las tropas argentinas se rindieron en Malvinas, el 14 de junio de 1982, se ha publicado y discutido de manera incesante acerca de la guerra. Este proceso no tuvo un ritmo propio, sino que fue al compás de las disputas simbólicas y políticas de la salida de la dictadura y los primeros años de la democracia, los intentos de “reconciliación” de Carlos Saúl Menem y, más recientemente, la política de recuperación de un ideario “malvinero” de la actual gestión.
Cuando todo comenzaba, apareció una palabra: “desmalvinización”. Su autor, Alain Rouquié, le dijo a Osvaldo Soriano, que lo entrevistó para la revista Humor, que había que quitarles el símbolo de la Guerra de Malvinas a los militares, porque a partir de él podrían recuperar posiciones en una sociedad militarizada que no habían abandonado del todo.
Pero con el paso del tiempo, fruto de políticas de ocultamiento y marginación tanto del último gobierno militar como del primer gobierno civil, la idea de “desmalvinización” pasó a significar el olvido de “la causa nacional” de la recuperación de las islas. Así, la experiencia específica de la guerra, que es lo que sin dudas convoca a millares de argentinos, por motivos distintos, a sentir que el 2 de abril, aniversario del desembarco, no es un día más, quedó subsumida en el marco más amplio del irredentismo de Malvinas.
Desde sus orígenes, la experiencia bélica de Malvinas se entrelazó inevitablemente con la salida de la dictadura, y así perdió, como objeto histórico, la especificidad de haber sido la única guerra convencional librada por Argentina en el siglo XX. Basta ver las idas y vueltas del actual feriado, Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas. Quien primero quiso fijar la fecha fue Bignone, el último dictador, como Día de las Islas Malvinas. Esta medida fue anulada por Raúl Alfonsín, restablecida por Carlos Menem, y consolidada como feriado “compensatorio” para las FF.AA. en 2000 por el gobierno de la Alianza, ante la masividad que se esperaba para los actos del 25° aniversario del golpe militar. Estas idas y vueltas evidencian que “el 2” aún hoy funciona más para discutir la historia política de la guerra y la posguerra y el conflicto con Gran Bretaña.
Pero el 2 de abril es el día de los combatientes, de sus familias, de los muertos, de todos los civiles y militares que estuvieron atravesados por la guerra. De esa experiencia, lo cierto es que más de treinta años después sabemos bien poco, más allá de los clichés y los sentidos comunes acuñados en cada aniversario, sedimentados en capas geológicas de publicaciones, testimonios, informes especiales, pero carentes de un gesto institucional claro que permita pensar y asignar un sentido a la experiencia de la guerra de 1982.
Vale pensar lo que hemos hecho con Malvinas a la luz de las políticas de memoria, verdad y justicia desplegadas desde 1983 en relación con la reparación histórica de otros aspectos de nuestro pasado reciente. Hubo juicios a los responsables de la conducción de la guerra en 1988; fueron condenados e indultados un año después. Podría volver a haberlos, bajo la forma de juicios por la verdad.
Por otra parte, si bien es cierto que desde 2012 el Informe Rattenbach es una publicación oficial, esto no suple la gran carencia de no tener una historia oficial del conflicto, elaborada por un grupo interdisciplinario de especialistas. Sería la base imprescindible para trascender los lugares comunes y oscilantes que aún hoy van de la “gesta” a la “vergüenza” y que facilitan que cada uno se repliegue sobre “su” memoria, ante la falsedad de “la otra”.
En este aniversario, en el horizonte de justicia que nos hemos fijado como sociedad, sigue ausente la investigación y la reparación histórica acerca de lo sucedido en la guerra de 1982. Ese sería el mayor homenaje a los compatriotas que combatieron en nuestro nombre y a sus familias.
*Historiador.