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Una introducción de Trotsky

No es imposible, pero sí infrecuente, que en una misma introducción se cite a Charles Dickens y a Marcel Proust.

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No es imposible, pero sí infrecuente, que en una misma introducción se cite a Charles Dickens y a Marcel Proust. Son referencias literarias visiblemente dispares, lo que vuelve tanto más interesante la decisión de combinarlas. Dickens, Proust: los cita León Trotsky en la introducción a la segunda parte de su Historia de la revolución rusa (introducción que permanecía inédita en castellano, hasta su inclusión en la reciente reedición del libro por parte del IPS). De Dickens, paradigma del realismo social, toma Trotsky “una imagen cómica”, la de esa heroína “que intentó contener la marea con una escoba”. De Proust, paradigma del subjetivismo burgués, rescata a esa heroína que “requiere varias páginas finamente trabajadas para sentir que no siente nada”. En conjunto, resalta una determinación por demás apreciable: la de valerse de la literatura para pensar la política, en vez de escindir una cosa de la otra y remitir a la literatura al reducto de su particularidad.

En esa misma introducción, escribe Trotsky: “El autor […], en muchos casos, se vio obligado a emplear métodos más cercanos al microscopio que a la cámara”. La de la cámara es una metáfora más esperable para un libro de estas características, tan de acontecimientos y grandes planos; el microscopio, como complemento, le agrega otras cualidades: el detenimiento y el pormenor. Por eso Trotsky de inmediato acota: “En esta lucha por los detalles, nos guió el deseo de revelar lo más concretamente posible el proceso mismo de la revolución”. Los detalles no suponen una función decorativa ni un espacio para la nimiedad; son concretos, y más aún, son el lugar de lo concreto. De ahí su poder de revelación. Y de ahí que cobre sentido la idea misma de tener que luchar por ellos.

Unas líneas más adelante, Trotsky especifica: “La prueba de la objetividad científica no hay que buscarla en los ojos del historiador ni en los tonos de su voz, sino en la lógica interior del propio relato”. Se trata, como puede apreciarse, de una consideración metodológica fundamental, que a nosotros nos permite superar esa contraposición mecánica de relato vs. objetividad, o relato igual a ficción vs. datos igual a verdad, en la que nos vimos torpemente empantanados en estos últimos años. Un relato no necesariamente ha de ser un invento falsificador, también puede ser, y lo es en lo sustancial, una forma de dar sentido, en procura de la verdad. Esa verdad no es inexistente, en el sentido del relativismo, ni tampoco un dato empírico, en el sentido positivista, sino esa lógica interior del relato, que busca ser prueba de objetividad.

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Se entiende así que, siempre en esa introducción, Trotsky declare: “el autor consideró conveniente hablar de sí mismo en tercera persona, y no en primera como participante de los acontecimientos. Esta forma literaria […] no ofrece en sí misma, por supuesto, ninguna defensa contra la subjetividad, pero al menos no la hace necesaria. De hecho recuerda la necesidad de evitarla”. Narrar en tercera persona lo que antes fue vivido en primera (lo hace también Pilar Calveiro en Poder y desaparición, lo analiza Beatriz Sarlo en su ensayo Tiempo pasado). Con esto se establece, no ya un criterio de objetividad, sino un mecanismo de objetivación. No es la experiencia vivida, como tal, lo que certifica el valor de verdad de lo narrado, sino el poder de extraposición que logra alcanzar quien lo escribe. Que Trotsky considere eso como “forma literaria” pone de nuevo en el centro la importancia que le asigna a la literatura para decir y para entender lo político.

León Trotsky escribió la Historia de la revolución rusa en 1931. Esta introducción a la segunda parte la redactó el 13 de mayo de 1932 en Prinkipo, Turquía. Estaba en el exilio. La extraposición, antes que en la escritura, se había verificado en los hechos. El destiempo del libro (porque el exilio activa también un destiempo) le otorgaba, ya entonces, una impronta singular de actualidad: actualidad por contraste y por fricción. Esa clase de actualidad, en vez de atenuarse, no ha hecho más que afianzarse con el paso de los años.