COLUMNISTAS
SOBRE EL CRUEL, ESCASO, CONVERSADO Y MUY BERRETA MERCADO DE PASES

Una libra de carne y otras operaciones

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“La indemnización se fijará en una libra exacta de vuestra hermosa carne, para ser cortada y quitada de la parte de vuestro cuerpo que me plazca.”

Shylock, en el acto I, escena III, de “El mercader de Venecia”, William Shakespeare (1564-1616).

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El usurero Shylock desconfiaba de Antonio, el intermediario que buscaba dinero para que Bassanio, la gran promesa de Venecia, consiguiera firmar con Porcia, la niña bonita donde todos querían jugar. Como en esos tiempos no existían los avales, Shylock exigió una libra de su carne como indemnización por si el préstamo no era devuelto en tiempo y forma. Un detalle menor, casi, si uno revisa la letra chica de algunos contratos actuales.

Pues bien, la historia shakespeareana es larga, hay un juicio y gracias a un ardid legal Shylock es intimado a cobrar sólo si puede cortar la libra de carne sin derramar ni una gota de sangre. Imposible. Así que… ¡final feliz, muchachos! Bassanio con Porcia y todos contentos. Moraleja: desde el teatro clásico a hoy las deudas se pagan con sangre, compatriotas, sobre todo si son impagables. Créanme; así se escribe la historia.

A ver: ¿en cuántas partes puede dividirse un futbolista? ¿Qué 37% le puede tocar a uno de todo ese ser humano? ¿Cómo repartir sus vísceras, piel, ojos, cerebro, extremidades? Tan repartido como se lo ve, ¿volverá a ser Uno recién cuando ya no sea Nada? ¿Qué perturbadora ecuación filosófica se multiplica mientras el mercado higieniza divisas?

Horror. Acá nadie tiene un peso, pero las operaciones se hacen igual gracias al esfuerzo de intermediarios, empresarios y cholulos con carnet. Gracias. ¿De qué otra manera podría cubrirse todo ese infinito espacio que los medios reservan para tan modesta actividad? Los torneos de verano no le importan a nadie y el psicodrama de Maradona frente a las cámaras ya es menos previsible que aburrido. Una pena.

Hay jugadores con notable resistencia al cambio. No es el caso del Loco Abreu, Coloccini, Carrió, Luca Toni, Felipe Solá, Frangipane, Bullrich, Anelka o el doc Borocotó, profesionales de primera que, ante la primera oportunidad, se marchan en busca de nuevos objetivos, silbando bajito y sin cargos de conciencia. Pero sí sucede con gente de carácter como el ex marginado Burrito Rivero, que de ninguna manera aceptaba ir a Boca si lo obligaban a resignar dinero. Un duro. Matías Giménez, más tierno, sólo extrañará las largas mateadas con su ídolo Román porque mucho en Boca no jugó… y bien tampoco.

Hay otros casos emblemáticos. Reutemann, por ejemplo, un melancólico que elige club según el ambiente, o Cleto Clobos, ídolo de perfil bajo que aun sin jugar mantuvo –como Castromán– un curioso estatus mientras, desde el banco, cada tanto, rompía la monotonía con algún amague. ¡Cómo olvidar aquella elipsis magistral del “voto no positivo” que definió la final por la 125 en el último penal! Le pegó mal, mordida, con la canilla, pero igual entró. Un elegido.

A Ramón Díaz se lo ve feliz con sus flamantes refuerzos que, asegura, harán que San Lorenzo deje de funcionar como un Falcon fundido. Poco sé de autos usados, pero intuyo que debe referirse al conveniente trueque entre esa Ferrari nueva, modelo Jonathan, en lugar de aquella modesta balsa de pura madera oriental. Debería funcionarle, claro, por qué no.

River, el club que insiste en ser Racing, exhibe a sus joyitas como en una vidriera de la Zona Roja de Amsterdam. Si no vende, no podrá contratar ni siquiera a un buen imitador de Cristiano Ronaldo, además de Bordagaray. Qué cosa. Todas las familias ricas tienen su Ricardo Fort, especialistas en dilapidar fortunas. Otra vez Sopa, Aguilar.

Boca, galán de la Ribera, seduce por igual, como en un mal guión de novela caribeña, a separados como Rivero, bígamos como Somoza y bien casados como Walter Erviti de Portell. ¡Cuánto amor, Ameal! Igual, el Enganche Melancólico hará la diferencia, literalmente, cuando recupere su forma física. Junto a Battaglia, otro viejo guerrero, convertirán a ese equipo vulgar en ganador. Seguro. Al menos eso esperan todos.

O casi todos, bah. Porque más de un dirigente, glup, traga saliva, se angustia, desconfía de tanta articulación y musculatura fatigada y ya en pánico eleva su consigna: “¡Erviti o muerte!”. Falcioni, único argentino capaz de hacer de Marlowe en un policial negro, quizá adhiera a esa idea, dicen. No sería tan raro.

Qué curioso: para el exótico mundo del fútbol la gente nunca se va: da un paso al costado. Ridículo. Todos se van. Los echan. Huyen hasta para firmar un contratito con el Berretakul turco o el Noexistekis griego y regresar a los seis meses, hartos, con la frente marchita y algunas pocas rupias. Es triste eso.

No… El paso al costado lo damos nosotros, compatriotas. Los que no nos vamos ni estamos en venta. Es que nos obligan a movernos así, inquietos, cada vez que los de adelante no nos dejan ver. Entones sí, en puntas de pie, estirando el cuello, con esfuerzo, nos vamos enterando de lo que de verdad pasa mientras unos gritan, otros saltan o distraen y la radio, a puro grito y show, nos relata la jugada o el pase que nunca sucederá.