COLUMNISTAS

Una mirada equilibrada

Un análisis equidistante entre la innegable alegría que provoca el Mundial de fútbol de Brasil, y la realidad social que vive ese país.

Foto: Estadao
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Es imprescindible hacer un esfuerzo para recorrer un camino que no llamaría intermedio, sino en todo caso equidistante. Ni se trata de una fiesta inolvidable que resolverá las angustias y tristezas de un pueblo, ni tampoco es un desperdicio horrible que convendría haber evitado. Brasil 2014 pone en escena muchos de los dilemas e interrogantes del deporte profesional, el fútbol, que se ha convertido prácticamente en el de mayor impacto planetario. Hay que decir, sin embargo, que algunas de las naciones más importantes del mundo, por caso China, la India y los Estados Unidos, no consideran al fútbol como el deporte principal, de hecho no lo es; sin embargo, más allá de la ausencia en Brasil de los súper poderes a escala planetaria, el fútbol ha colonizado el mundo, y estos episodios que se repiten cada cuatro años son precisamente la concreción de lo que se ha convertido en un mega negocio realmente colosal.

¿Cuál sería, en consecuencia, ese camino equidistante? ¿Por qué no hay que alegrarse tanto y por qué no hay que apenarse tanto? Brasil 2014, como sucede con cada episodio mundialista, no es el producto del compromiso de un gobierno en ejercicio. Los compromisos se toman con mucha antelación, como lo demuestra el súper polémico caso de Qatar, que tiene adjudicados los derechos para 2022, aun cuando hay de por medio una investigación muy seria ante presunciones -con fundamentos bastante profundos– de que la elección de Qatar 2022 fue el producto de una trapisonda ilegal.

Pero sin entrar en la mecánica del fútbol profesional, hay que decir, desde la mirada más benévola, o “luminosa”, que efectivamente, como dicen los brasileños, el fútbol es la alegría del pueblo. Y del pueblo brasileño han surgido -uno no puede menos que evocar el caso de Garrincha– algunos de los ídolos más populares que nacieron en la pobreza y cuyas carreras futbolísticas les permitieron ser en la vida aquello que no hubieran podido ser si no se hubieran destacado en el fútbol.

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Ver, por ejemplo, como se veía a estas horas, el verde del estadio de Corinthians, la belleza, y sobre todo la riqueza cromática del espectáculo futbolístico, hace bien a los ojos y al alma. Cuando la vida no siempre es alegría, ni dicha, ni goce, ver a 22 hombres corriendo tras de una pelota y haciéndolo con destreza, prestancia, elegancia y –además- con decencia, no puede menos que ser calificado como un premio anímico.

Ya la vida de por sí es bastante miserable en bastantes ocasiones como para pretender que un juego deba ser satanizado porque centrarse en él haría invisible otros problemas. Hay en el fútbol, y sobre todo estos torneos mundiales, una importante ocasión y disponibilidad para gozar de la belleza. Es un acceso existencial al que se llega luego de haber transitado algunos años en la vida. Creo haber sido dotado de ese privilegio, y en letra pequeña, porque no es lo más importante, un buen partido de fútbol, jugado con calidad, implica también una posibilidad de gozar de esa belleza, sobre todo para aquellos que solamente encuentran el momento de alegría en ese encuentro con el que se reivindican personalmente. Pero claro, ésta es solo una de las partes. Mentiría y sería muy sesgado si negara la otra.

Brasil 2014 es también –o sobre todo– un formidable negocio. Un país que tiene necesidades básicas insatisfechas, como en mayor o menor medida todos los de América Latina, ha emprendido una inversión colosal que le permitió inaugurar con felicidad este torneo del que tanto se ha hablado. Pero, evidentemente, antes los recursos que se han movilizado, hay derecho a preguntarse si no hubiera sido mejor que fuesen usados para otros destinos.

Brasil ha progresado mucho en su transición democrática. Lo ha hecho de la mano de Fernando Henrique Cardoso, que es prácticamente el fundador de la moderna democracia brasileña, y también, desde luego, de los presidentes Lula y Dilma Rousseff. Millones de seres humanos han conseguido elevarse en su situación cotidiana saliendo de una pobreza proverbial. Esto no es el producto de un sólo gobierno ni de una sola facción ideológica: es un logro de toda la nación brasileña.

Pero también es cierto que esa emergencia de la pobreza extrema, ese salir de la indigencia, esos millones de pobres convertidos en pequeña burguesía o clase media capaz de consumir, no ha eliminado algunas precariedades e indigencias que siguen marcando la realidad brasileña, en términos de salud y posibilidades humanas. Brasil sigue siendo una nación continente, que Stefan Zweig había llamado “el país del futuro”, pero precisamente por ser continental y tener dimensiones colosales – algo así como cinco/seis veces lo que es la Argentina, en todo sentido – sus problemas son igualmente enormes y no son de resolución automática.

Tantos recursos, a la hora de la elección, ¿no podrían haber sido aplicados a fines de orden más social? No quiero dar una respuesta taxativa a esta pregunta, porque no me siento autorizado para hacerlo. Indudablemente que lo que implica el Mundial 2014 dejará en Brasil, como lo dejarán las olimpíadas del 2016, un saldo importante en infraestructura; pero también es cierto que hay un capitalismo rapaz y prebendario que ha resultado muy favorecido a la hora de distribuir las obras públicas y que es el que se beneficia más de este tipo de acontecimientos.

Por eso son preguntas difíciles. Tratar de responder al interrogante sobre si está bien o está mal me parece que es un tanto necio, porque en lo que estamos viendo hay un poco de todo. La ceremonia de inauguración del Mundial 2014 fue una ceremonia claramente  burocrática en su procedimiento, con poco colorido verdadero y que no alcanzó a despertar la emoción. Aun cuando fue políticamente correcta porque puso en escena a las diferentes minorías de la nación brasileña (el pueblo negro, el pueblo originario, el pueblo blanco) también es cierto que lo hizo como si se tratara de un trámite administrativo.

Agudos problemas sociales existen en el Brasil como en toda América del Sur. Los recientes conflictos en San Pablo con los trabajadores del subte expresan parte, pero no toda la verdad. Estas ocasiones suelen ser excelentes para que grupos exaltados, antiparlamentarios o extraparlamentarios, pretendan jugar con la necesidad y apretar a las autoridades con reclamos enloquecidos, imaginando que, porque hay un compromiso de por medio, todo lo que pidan les será conseguido.

Todo esto son apuntes parciales, iniciales, de lo que será un mundo, y sobre todo un mes, futbolístico; que pretenden ubicar a quien habla, y a quienes están escuchando, en ese lado necesario en donde la alegría del pueblo es festejada, pero los recursos para que esa alegría sea permanente, también deben ser cuidados.

(*) Emitido en Radio Mitre, el jueves 12 de junio de 2014.