COLUMNISTAS

Una novela brasileña

¿Qué es una política cultural? Es una pregunta demasiado ambiciosa como para responder aquí, y además estoy pensando apenas en un proyecto pequeño, concreto, puntual.

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¿Qué es una política cultural? Es una pregunta demasiado ambiciosa como para responder aquí, y además estoy pensando apenas en un proyecto pequeño, concreto, puntual. Me refiero al excelente programa de ayuda a la traducción y publicación de autores brasileños que lleva adelante, desde hace algunos años, la Embajada en Buenos Aires de ese país. De Sérgio Sant’Anna y Milton Hatoum, hasta Daniel Galera, pasando por una nueva traducción de Gran Sertón: veredas, de João Guimaraes Rosa, hasta desembocar en el descubrimiento, para el lector argentino, de la obra de João Gilberto Noll, muchos son los escritores que estamos leyendo en castellano gracias a los subsidios del estado brasileño (en ese sentido, el reciente anuncio del Gobierno argentino de darle continuidad a futuro al programa Sur, de ayuda a la traducción de autores nacionales en otras lenguas, lanzado en el marco de Frankfurt 2010, es una muy buena noticia). Pero el subsidio no es la única variable que explica el fenómeno. Hay al menos, dos o tres razones más, que operan en sincronía. Primero, una gran curiosidad sumada a una evidente erudición de parte de los editores argentinos (en especial, los de editoriales independientes, donde se publicó la inmensa mayoría de esos libros.) La política brasileña se encontró con un conjunto de editores dispuestos a pensar la construcción de un catálogo riguroso como su principal activo, abiertos a descubrir nuevas literaturas, y a repensar –en términos lingüísticos, pero también económicos y políticos– qué significa volver a traducir en la Argentina. Luego –o quizás al mismo tiempo– apareció un idéntico entusiasmo en la prensa cultural y en la crítica literaria, y también en las librerías e incluso entre los lectores. Todo esto se suma a un creciente interés por lo brasileño en general. Más de veinte años de políticas de integración comienzan a dar sus frutos que, aquí sí, bien podrían ser objeto de un estudio comparado de las respectivas políticas culturales.

Y finalmente, la literatura, por supuesto. Lo único que importa. La editorial Adriana Hidalgo, con “El patrocinio de la Embajada de Brasil en Buenos Aires”, acaba de publicar El día de las ratas, de Dyonelio Machado, aparecido originalmente en Brasil en 1935 (en una traducción consagratoria de Claudia Solans, con quien yo había tenido reparos en alguna de sus traducciones de João Gilberto Noll). El texto de contratapa, firmado por Renata Martins, comienza con una frase terrible, una de esas frases que ahuyentan lectores: “El día de las ratas es una obra maestra de la literatura brasileña”. Sin embargo, tiene razón. El día de las ratas es una obra maestra de la literatura moderna (como notable, aunque sin llegar a la misma altura, es O louco do Cati, también de Machado, aún inédita en castellano). La novela narra un día en la vida de un personaje llamado Naziazeno Barbosa. Pero no un día cualquiera: atrapado por la pobreza, con esposa y un hijo pequeño, por sus deudas, el lechero acaba de suspenderle la provisión de leche. Y, entonces, Naziazeno se lanza a una búsqueda desenfrenada de plata (entre amigos, prestamistas, casinos y casas de empeño) con el telón de fondo de una Porto Alegre en vías de modernización (con sus tranvías, sus vidrieras modernas, sus bares en ascenso).

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Militante comunista (encarcelado por el gobierno de Getúlio Vargas) podría leerse la obra de Machado como una novela social. Y en parte, lo es. Pero sobre todo, expresa una aventura radical y vanguardista sobre la sintaxis, sobre la traslación del habla coloquial a la escritura, sobre la búsqueda del sentido (político, social, literario) como un horizonte que siempre se desplaza, al que nunca se llega. Al final, Naziazeno consigue el dinero, pero ninguna certeza más.