COLUMNISTAS

Una pregunta insidiosa

No leí Historia de Roque Rey, de Ricardo Romero, aunque espero hacerlo pronto porque disfruté de su trilogía previa, que muestra a un escritor imaginativo, fluido, al que se le notan el deseo de narrar y la confianza en la literatura. Pero mi intención no es hablar bien de Romero sino mal. O al menos hacerle una pregunta incómoda, porque me entero de que está por dar un taller titulado &ldquo;Las fronteras del género: literatura policial y más allá&rdquo;, que parte de cinco textos: &iquest;Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy; La investigación, de Stanislaw Lem; &iquest;Sue&ntilde;an los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick; Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, de Mario Levrero, y 2666, de Roberto Bola&ntilde;o (&ldquo;la parte de los crímenes&rdquo;).<br /> Ninguno de esos relatos me parece lo mejor de su autor. Detesto la celebrada sordidez del libro de McCoy, me aburre el rebuscado juego metafísico de Lem, me irrita ese divertimento menor de Levrero, creo que el cuento de Dick es recordado sólo por Blade Runner y que Bola&ntilde;o se excedió en truculencia y efectismo antes de morir. Pero más me preocupa que el taller se proponga &ldquo;revisar las estructuras y las fórmulas básicas del género policial, para ver cómo a partir de ellas se puede generar una literatura personal, potente y provocadora&rdquo;. Romero da a entender que escribir una novela policial que no lleve &ldquo;el género hacia territorios inesperados y muchas veces desconocidos&rdquo; es perder el tiempo. Hago ahora la pregunta insidiosa: &iquest;no sería más interesante un taller que propusiera escribir novelas policiales y que tomara como ejemplo algunos casos de excelencia en el género en lugar de aventuras más o menos fallidas para dejarlo atrás? Es cierto que se ense&ntilde;a para aprender y que el camino de Romero como escritor puede ser con toda legitimidad el que les propone a los alumnos. Pero, aun así, creo que enunciar excepciones y desarmar estructuras es siempre menos interesante que apreciar el talento, la belleza y hasta el empe&ntilde;o, aunque el sesgo académico de la propuesta es tentador para pasar el verano: la semiología es un género más pasatista y perezoso que la novela negra.<br /> Quería terminar recomendando unas novelas policiales que leí con gran placer esta semana. Un par son recientes y pertenecen a Malla Nunn, escritora sudafricana que recrea el clima opresivo y kafkiano del apartheid a través de Emmanuel Cooper, su golpeado detective de raza incierta. Hay en esos libros (que se llaman parecido: Un hermoso lugar para morir, Benditos sean los muertos, Que los muertos descansen en paz) una intensidad típica del claustrofóbico subgénero de los policías honestos en regímenes totalitarios como el Arkady Renko de Martin Cruz Smith o el Bernie Gunther de Philip Kerr. La otra novela es relativamente antigua, pero no la conocía: El último buen beso, de James Crumley (publicada en 1978, traducida en 2011), está inspirada en El largo adiós, de Chandler, pero es una maravilla con vida propia. Si se las piensa un poco, se ve que Chandler y Crumley violan una de las reglas habituales del género sin provocar a nadie y sin dejar de pertenecer plenamente a él. Considerando además que desde Dostoievski hasta Pynchon hay miles de novelas que tienen mucho de policial, perdí completamente la pista de lo que se propone Romero.