Un desafío difícil es entender una ciudad a la que se llega sin conocimiento previo y sin demasiadas pistas. No conozco demasiada gente que haya estado en Las Palmas de Gran Canaria, donde me invitó el Festival Internacional de Cine para presidir el jurado de su edición número 15, tribunal que integra gente calificada, e incluso famosa. Es el caso de Javier Cámara, un actor enormemente popular, que trabajó en televisión e hizo varias películas con Almodóvar y a quien los transeúntes paran por la calle para sacarse fotos con él. Así como Cámara es una estrella en España, Cosmina Stratan lo es en Rumania, ya que ganó el premio a la mejor actriz en Cannes por Beyond the Hills, una película de su compatriota Cristian Mungiu. Muy notoria en el medio local es Elsa López, filósofa, poeta y editora que nació en Guinea Ecuatorial pero se retiró a la pequeña isla de La Palma, que también es parte del archipiélago canario pero no tiene nada que ver con Las Palmas ni menos con Palma de Mallorca, como muchos creen. Al cineasta gallego Lois Patiño no le conocen la cara pero su primera película, Costa da Morte, estuvo en cien festivales y ganó varios premios. El sexto miembro del jurado es la checa Ivana Novotna, programadora de Karlovy Vary y poseedora de un par de títulos universitarios.
Cuando escribo esta nota, el festival está por la mitad y no tengo la menor idea de cómo resultará conducir la deliberación final. Es curioso que quien tiene las opiniones cinematográficas más extremas sea el encargado de ejercer la tolerancia y la moderación. Aunque eso no es del todo difícil: lo más complicado es encontrar un terreno común para discutir entre gente inteligente, preparada, simpática y bien dispuesta, pero que tiene sobre el cine concepciones opuestas, acaso incompatibles, como he deducido que ocurre a partir de los cafés, comidas y tragos que hemos compartido hasta ahora.
Acaso el problema sea más complejo y no haya modo de que todas las películas que entran en el programa de un festival pertenezcan a un mismo universo discursivo. Ni de que las opiniones que se vierten sobre ellas sean menos las profundas elecciones estéticas que sus emisores suponen que preacuerdos sociales, regionales o generacionales entre aquellos a quienes ciertas películas les hablan mientras que otras les resultan completamente ajenas.
Pero vuelvo a la ciudad y a su carácter ambiguo e incomprensible. Los adjetivos no son míos sino de Alexis Ravelo, escritor nacido aquí en 1971 y autor de varias novelas negras, entre ellas un cuarteto cuyo héroe es Eladio Monroy, un duro en lucha contra mafias de todo tipo. Los libros de Ravelo son pequeñas e inesperadas joyas del género y hacen una referencia continua a las contradicciones de esa ciudad alargada y en pugna consigo misma. Más difícil que encontrar la lengua universal del cine es localizar de un modo fehaciente las particularidades antagónicas de las que habla Ravelo y en las que sus personajes se pierden menos que el turista accidental ocupado en disfrutar de la generosidad del festival y de la amabilidad de los canarios con los que uno se cruza cada día en estas islas africanas pobladas por españoles irregulares y visitadas asiduamente por alemanes, escandinavos e ingleses que no se enteran de nada de todo esto.