COLUMNISTAS

Una vieja encuesta

Me gustan las encuestas a escritores. En una época había muchas, los suplementos las realizaban en diciembre, buscando el libro del año, y de paso preguntaban cosas maliciosas (libro sobrevalorado, mejor escándalo, peor reseña, etcétera).

|

Me gustan las encuestas a escritores. En una época había muchas, los suplementos las realizaban en diciembre, buscando el libro del año, y de paso preguntaban cosas maliciosas (libro sobrevalorado, mejor escándalo, peor reseña, etcétera). Pensaba en eso (y en muchas otras cosas, como en qué horribles son las veredas nuevas –por llamarlas de algún modo: torpes cachos de cemento berreta– que pone el gobierno de Macri) mientras caminaba por mi amada Avenida de Mayo, luego de comprar en una librería de viejos la Encuesta a la literatura argentina contemporánea, que el Centro Editor de América Latina publicó en 1982. Es un volumen de más de 500 páginas, en el que responden 84 escritores y críticos, desde célebres como Bioy, Silvina Ocampo y Cortázar, pasando por otros hoy casi olvidados (Gerardo Pisarello, Arturo Berenguer Carisomo, Juan Omar Ponferra), más un conjunto de autores todavía en plena actividad (Luis Gusmán, Eduardo Belgrano Rawson, Germán García). En la introducción, escrita por Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, se leen algunas frases interesantes: “Partimos de una certidumbre que se puede exponer en pocas palabras: los escritores tienen algo que decir sobre su trabajo literario”; definición que intelectualmente comparto, pero que la casuística se encarga de desmentir cada vez más. Y más adelante, para justificar la inclusión de críticos (como Pezzoni o Nicolás Rosa), agregan: “Casi podría decirse que no hubo revista literaria o cultural, ni suplemento literario, que no haya organizado una encuesta a la crítica”. Esa frase, absolutamente cierta en 1982, llama a tener una mirada piadosa sobre el presente. ¿Existe todavía la crítica? ¿Existen todavía las revistas literarias? ¿Tienen todavía sentido estas preguntas? (no tengo nostalgia, tan sólo sensación de soledad).
Entrando en la Encuesta, hay un punto que llama la atención: es maravilloso ver a Sabato y a Borges trabajar profesionalmente para ser Sabato y Borges. De tan estereotipados terminan dando ternura. Por ejemplo, en el caso del sabio de Santos Lugares, antes de responder la primera pregunta, agrega una nota introductoria (dedicada a “SZ”, seguramente Susana Zanetti, a cargo de la dirección del proyecto) donde escribe: “Abrumado de problemas (sic), le respondo el cuestionario”. Como una caricatura de sí mismo, parece un chiste que lo primero que exprese sea su estar abrumado (a lo que se le podría agregar todos los sinónimos posibles: agobiado, atosigado, etcétera). ¡Cuánto sufrimiento! Y más adelante, ante la pregunta por cómo empezó a escribir, señala: “Como se sabe, estudié ciencias físico-matemáticas”. ¿Pero quién lo sabe? O mejor dicho, ¿quién no lo sabe? Sabato no concibe que no haya alguien que no conozca su vida (su biografía) y, como se sabe, tiene razón, todos la conocemos (en el mismo tono señala: “Mi primer libro fue publicado en 1944, cuando hice público (sic) mi alejamiento definitivo (sic) de la ciencia”).
Borges es interrogado por Noemí Ulla. Aquí también el comienzo marca el tono de la entrevista. El reportaje empieza con una duda: “Borges, ¿quiere que lea todas las pregunta?” (me alarma el uso de ese “Borges”. A Cortázar, por ejemplo, nadie le decía: “Cortazar, ¿cómo escribe?”. Ese “Borges” funciona en la pregunta complaciente sólo como una mala cita al lugar común del borgeanismo). A lo que un Jorge Luis, entre dubitativo y seguro, responde: “No, no (sic). ¿Cuántas son?”. Entonces Ulla le informa: “Son nueve”. Y el maestro, aliviado, remata: “Está bien, es una cifra mágica (sic)”. Al fin y al cabo, la sacamos barata: podría haber dicho “cabalística”, pero en ese caso los números deberían ser el 3 o el 7, creo.
Pero en verdad, más allá de la anécdota, en el medio, hay al menos quince entrevistas muy interesantes, imposibles de resumir, llenas de ideas y pensamientos fuertes, que justifican de sobra la empresa de Sarlo y Altamirano. ¿Por qué no repetir la Encuesta entre los escritores actuales?