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gibraltar y snowden

Unas verdades delicadas

Por qué puede beneficiarse Argentina de una diplomacia conjunta con España contra Gibraltar. Cuál puede ser la estrategia diplomática. Los detalles que Snowden reveló sobre espionaje. Dos historias unidas por Le Carré.

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El célebre novelista John le Carré declaró que hoy le es difícil escribir novelas de espías, dado que es raro que dicha actividad no se vincule con el mundo digital y con internet (esferas que le son ajenas), y que no se puede narrar lo que no se conoce. Pareciera estar mencionando sin decirlo a Edward Snowden y sus peripecias, dignas de tal pluma. En octubre de 2013 se conocerá la versión española de su última novela, Una verdad delicada, en la que fatiga los panoramas de Gibraltar. Precisamente a Gibraltar y a Snowden están dedicados los párrafos que siguen.

La –no confirmada– propuesta española de programar una estrategia conjunta sobre Gibraltar y Malvinas con la Argentina suscita un titubeo inicial en cuanto a su materialización, por razones diferentes de la despectiva calificación que mereció tal posibilidad al jefe del socialismo español, señor Alfredo Pérez Rubalcaba, quien la tildó de “ridícula” y “poco seria”, un fláccido despojo malva de interjecciones.

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Suponemos que quiso escarnecer a su gobierno, no a la Argentina. Porque sería novedoso y positivo que España y Argentina, un país sudamericano que fue colonia y uno europeo que fue metrópoli, arguyan y contiendan juntos frente a un país que –en épocas diferentes– les invadió su suelo. Y vale la pena evocar que en 1806 y en 1807 españoles y criollos resistieron, lucharon y finalmente expulsaron al invasor anglosajón de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata.

De ser cierta, entonces, y de ser puesta a andar la estrategia enunciada por el canciller español García Margallo, resulta atendible para nuestro país, ya que le ofrece por lo menos tres ventajas: 1) Estar asociado a un miembro de la Unión Europea y de la OTAN en un reclamo de soberanía territorial y de invocación del principio de integridad territorial; 2) tener al mismo contrincante; y 3) poder enriquecer nuestra agenda con España con un tema denso e íntimo, lo cual ayudará a reducir algo la contaminación de la agenda común generada por asuntos ásperos, difíciles y pendientes (Repsol y otros). Puede ser un triste alivio comprender que un viejo amor ya no duele, pero no por triste deja de contener tanto amor cuanto alivio.

Entre el 2 y el 7 se septiembre los cancilleres de los dos países se reunirán en Buenos Aires, y ésa será la hora de los anuncios… o de las desmentidas. En todo caso, quizás la oportunidad fuera propicia para proponer acciones concretas de las dos diplomacias, como por ejemplo incluir el caso de la isla Diego García como ejemplo de flagrante contradicción de Londres con su proclamada decisión de dar prioridad a los deseos de los habitantes de sus activos territoriales (los nativos del atolón, 1.800, fueron expulsados por el gobierno británico en 1966 para alquilar la isla a Estados Unidos, incumpliendo la sentencia del Tribunal supremo británico que determinó el derecho de la población a regresar).

A esta propuesta se le podría agregar un borrador de acuerdo de colaboración logística, técnica y científica con España en la Antártida, que ayude a dar más resonancia en los hechos a nuestra posición y nuestra actuación en el sur del país.
En ese encuentro, y sobre todo por sus resultados, se verá hasta dónde el señor Rajoy usa Gibraltar como espantapájaros –no haciendo otra cosa que cimentar con un simulacro de distancia lo que es una firme cercanía ideológica– y hasta dónde toma en cuenta los intereses de sus conciudadanos de La Línea y de Algeciras, incluyendo a los pescadores, directamente afligidos por la habitual política británica de generar hechos para luego negarse a discutir su legitimidad o legalidad.

Por otra parte, el episodio reciente en Gibraltar vino a ayudar al gobierno de España en tiempos en que le llueven impugnaciones de corrupción e insensibilidad, y no sólo desde los medios, que le achacan pagos de sobresueldos fuera de la ley, sino también de la oposición, de jueces y fiscales y, por sobre todo, del pueblo que lo votó y llevó al poder.

Para los dos países, tironeados por realidades políticas, económicas y estratégicas tan diferentes, la presencia naval nuclear de la aliada de Estados Unidos en el Atlántico Sur y en el Mediterráneo y Atlántico Norte –respectivamente– no debería hacer desmayar la voluntad de mantener el reclamo; en diplomacia, el tiempo es una variable de negociación que opera como presión o como ansiolítico, dependiendo del tema, los actores y los intereses en juego.

Al propio tiempo, un quinteto de personas, tres de nacionalidad norteamericana, un australiano y un inglés, están sacudiendo algunos elementos de la más gigantesca y poderosa estructura de espionaje mundial cuyo centro está en Estados Unidos y su principal subestructura en las afueras de Londres. La lectura de los cables sobre las aventuras y desventuras del soldado Bradley Manning (enredado ahora en averiguar si a un preso el Estado debe pagarle tratamientos para cambiar de sexo), las de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres y la historia lecarreresca del señor Snowden en el aeropuerto de Sheremétievo en Moscú son bien conocidas. La revista del diario The New York Times del domingo 18 de agosto incluye un artículo escrito por Peter Maass que suscita suficiente alarma y desasosiego sobre cuál es la frontera de la privacidad personal y cuán confidenciales son las acciones privadas cuando se ejercitan usando internet, el teléfono portátil (aun apagado), una cámara digital o incluso un simple reproductor de DVD.
La nota del New York Times narra la historia de Laura Poitras, directora de cine norteamericana premiada y respetada (fue candidata a un Oscar) y describe cómo, por iniciativa del ex espía y luego de vencer su incredulidad, entró en contacto con Edward J. Snowden, el ex especialista informático contratado por la NSA (National Security Agency) de los Estados Unidos, quien reveló la vasta dimensión del espionaje electrónico efectuado por los sitios, empresas y servers más renombrados de internet –Google, Yahoo, Facebook, Verizon, Microsoft…– por orden de la NSA.

Espionaje efectuado asimismo en las redes de países aliados, como Alemania y Francia, en colaboración con el organismo inglés homólogo, el GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones Gubernamentales), situado en la risueña campiña inglesa; allí trabajan, espiando mails y llamados telefónicos, más de 6 mil personas.

Los otros dos protagonistas centrales de la nota son Glenn Greenwald, el periodista del diario inglés The Guardian (a cuya redacción transmitió los datos ultraconfidenciales que le proporcionó Snowden, entonces en Hong Kong), y el mismo Snowden.

La apasionante narración incluye un viaje que la cineasta americana y el periodista inglés –residente en Rio de Janeiro– hicieron a Hong Kong para reunirse con Snowden, a quien no conocían. Algunos datos dan verdaderos escalofríos: Snowden les cuenta que las computadoras centrales de la NSA pueden chequear un millón de billones de contraseñas por segundo; otra revelación es la de que todo mensaje no cifrado de un periodista, enviado por internet, es captado por todos los servicios de inteligencia del mundo. Basta con que el mensaje aluda a ciertos temas.

La cineasta americana refiere al entrevistador del NYT que ha aprendido algunas tácticas para proteger la confidencialidad de sus archivos electrónicos. Por ejemplo, usar varias computadoras, una de ellas que jamás haya sido conectada a internet.

Hasta ahora, las declaraciones del gobierno y del congreso norteamericanos in camera no parecen demostrar mucha preocupación por el crescendo de contrariedad que una revelación tras otra van creando en algunos círculos importantes, pero minoritarios, de la sociedad americana. Encuestas del fidedigno Pew Research Center muestran que, en su mayoría (más de la mitad), los norteamericanos no están inquietos por intromisiones gubernamentales en su intimidad.

Ni el gobierno ruso ni el chino han sufrido –por ahora– parecidas desnudeces de sus sistemas de espionaje, que deben ser similares, aunque de menor escala y alcance. Pero ambos, en diferente medida, se han rasgado las vestiduras y Putin ha hecho suya la ocasión para conceder a Snowden un refugio. Eso sí, provisorio.