COLUMNISTAS
Hace veinte aos se retiraba Gatti

Unico en su especie

En el país de las dicotomías, también en el deporte el asunto es elegir. Hace un par de semanas era elegir entre Michael Phelps y Usain Bolt. Pero si recorremos el espinel de nuestra historia lúdica podemos pasar por infinidad de casos: Fangio o Gálvez y Vilas o Clerc; Bilardo o Menotti y Nalbandian o Coria; Riquelme o Messi y Gatti o Fillol.

|

En el país de las dicotomías, también en el deporte el asunto es elegir. Hace un par de semanas era elegir entre Michael Phelps y Usain Bolt. Pero si recorremos el espinel de nuestra historia lúdica podemos pasar por infinidad de casos: Fangio o Gálvez y Vilas o Clerc; Bilardo o Menotti y Nalbandian o Coria; Riquelme o Messi y Gatti o Fillol.

Sea en una sobremesa con amigos, sea en la tele o discutiendo con alumnos de periodismo deportivo la respuesta es siempre la misma: podemos elegir, está bueno el debate, pero ¿por qué no valoramos la fortuna de haber sido contemporáneos con tanto personaje y haberlos sufrido o disfrutado? En primer lugar, porque por más que nos desgañitemos tratando de que nuestro argumento supere al del otro, como la clave del tema pasa por el gusto de cada uno y no por una ecuación con resolución universal, jamás llegaremos a otra conclusión que la de que no nos vamos a poner de acuerdo. Y en segundo lugar: ¿a quién le importa que una votación en la página de la Web diga blanco o negro si nos seguimos conmoviendo con la magia imperecedera de Maradona o de Pelé? No digo que dé lo mismo, pero cuando la discusión involucra a un personaje de su dimensión, me parece de una misoginia insostenible no detenernos en el goce que nos dieron.

Hace poquitas horas se cumplió un nuevo aniversario del último partido oficial jugado por Hugo Orlando Gatti. Varios años antes de la despedida del Pato Fillol, y en un contexto opuesto al del adiós de su máximo “rival” como número uno del fútbol argentino de los 70 y 80, al Loco le cayeron José Pastoriza y la guillotina cuando una macana suya benefició a Silvano Maciel y castigó a Boca con un ignominioso 0-1 en su cancha contra Deportivo Armenio. El Pato (Pastoriza, en este caso) le había advertido que no había lugar para más macanas, entre otras cosas, porque venía pidiendo pista Navarro Montoya, quien comenzaría su exitosa historia xeneize apenas una semana después debutando con un triunfo como visitante nada menos que ante River Plate. Al Pato (Fillol, en este caso) le tocó despedirse en el Monumental, defendiendo el arco de Vélez y atajándole un penal decisivo a un River que, de esa manera, resignó su sueño de campeón a manos del Newell’s de Bielsa justo por “culpa” de quien mejor cubrió el arco millonario en toda la historia (disculpe, Amadeo, no tuve el gusto de verlo jugar más que en videos). Es decir, mientras Gatti se fue de La Boca por la ventana del baño sin siquiera anunciar su retiro, Fillol decía adiós un puñado de años después jugando uno de los mejores partidos de su vida, dignificando su condición de arquero al robarle un poquito de gloria al club del cual era hincha y símbolo.

Estas son referencias de época y no opiniones vinculantes: nada de lo expuesto sobre el disímil final de la carrera de ambos minimiza la condición de genio del arco que tuvo cada uno. Y protagonistas de una de tantas polémicas de las cuales se hace referencia al comienzo. Porque, además, en algún momento –antes de la inesperada y nunca bien comprendida renuncia de Gatti al seleccionado a fines de 1977–, Gatti y Fillol disputaron el arco del Seleccionado, y fueron las figuras emergentes de una época en la cual los arqueros de “segunda línea” se llamaban Baley, La Volpe, Cejas, Andrada, Vidallé o Falcioni, muchachos que, como mínimo, o jugaron con Pelé, o lo enfrentaron, o fueron jugadores del Seleccionado nacional o ganaron la Libertadores. Sea usted hincha de Abbondanzieri o de Carrizo, prefiera a Ustari o a Romero, dígame si se anima a armar una lista con tanto fenómeno del arco ya no de estos años, sino de los últimos veinte. Y, por favor, excluya de la lista a los extranjeros que fueron considerados los mejores del mercado local, con Chilavert y Córdova a la cabeza.

Entonces, cuando nos referimos a Gatti estamos hablando de uno de los mejores de la historia y un número uno líder en años de mucha competencia.

Más allá de un presente en el cual la imagen del ídolo se me hace difusa –a veces se me hace caricaturesca la figura de un indiscutido del deporte que, desviado hacia la opinología, cree que la única forma de trascendencia es la provocación–, cuando se habla del Loco se habla realmente del más vivo en el puesto del tonto. En realidad, como mal arquero, debo confesar que no estoy del todo de acuerdo con esa sentencia de Hugo; creo que ser arquero tiene más de solista que ningún otro puesto, lo que siempre tiene su encanto. Pero convengamos en que ni aun en los muchos goles de “biógrafo” que le hicieron en su carrera quedó mal parado. Y en las buenas fue incomparable. Nadie sacó del arco como él, ni se anticipó tanto al resto de la jugada como él, ni atajó pensando en el contraataque como él; definitivamente, a nadie vi, desde el arco, convertir en un espectáculo genial un partido intrascendente. Y a nadie le vi tanto talento para que se le perdonaran los errores.

Es probable que muchos de mi generación tengan en la cabeza aquella tapa de El Gráfico de marzo de 1976; una radiofoto blanco y negro lo mostraba al Loco y su gorrito de lana, atrapando la pelota bajo la nieve en una de sus tantas maravillas de aquella noche de Kiev, cuando el Seleccionado de Menotti consiguió su primer triunfo trascendente fuera de casa. La leyenda se potencia porque dudo que alguien haya vuelto a ver algo de ese partido después de la transmisión en vivo de Canal 7, un par de días antes de pasar a ser el canal de Videla, Massera y Agosti. (Si conocen a alguien que lo tenga, avisen; yo pongo la comida, la bebida y el postre.)

Sin embargo, un monstruo de la talla de Hugo no merece que se le ponga una sola foto en el cuadro. Desde la sana insolencia de sus comienzos en Atlanta hasta convertirse en uno de los más grandes ídolos de la hinchada boquense, hizo todo para demostrar que, más allá de lo que pensemos, tiene todo el derecho de creerse eso de “fui, soy y seré el mejor”. Supongo que será cierto que el mejor Gatti lo tuvo Gimnasia; y creo que la cosa anduvo parecida en Unión. Pero desde la locura de entrenarse en River con la camiseta azul y amarilla del Hindú Club hasta gambetear más de media cancha para regalarle a Perotti el gol decisivo en el Metro ’81 ganado por el Boca de Maradona y Brindisi, cada segundo de su carrera profesional –más de 25 años– merece un lugar en lo más hondo de nuestra historia futbolera.

Por eso, a cuenta de lo que cuesta armar un podio de arqueros argentinos de los últimos veinte años –al menos en comparación con décadas anteriores–, no tengo derecho a discutir quién fue el mejor de todos. En todo caso, debo agradecer a la providencia por haber disfrutado de semejante fenómeno. No sé si el primero, el segundo o el tercero. Seguramente, único en su especie. Y como tal, irrepetible.