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Uno más

La Organización Mundial de la Salud debería ampliar sus horizontes. No digo que no hace una meritoria labor. La hace. Pero se me está anquilosando, estrechando sus miras.

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La Organización Mundial de la Salud debería ampliar sus horizontes. No digo que no hace una meritoria labor. La hace. Pero se me está anquilosando, estrechando sus miras. Hay padecimientos a los que no les presta atención. Lo de la obesidad estuvo muy bien, sin duda. Lo de las adicciones también, aunque con ciertos reparos. Alucinógenos, tabaco, ludopatías, medicamentos, drogas de toda laya, estupendo, todo eso está debidamente clasificado y atendido y estudiado. Y los reparos vienen en, por ejemplo, el dolor del uno solo, que también podría llamarse la adicción al uno más. Y no me refiero a eso tan publicitado en estos últimos tiempos y medios, acerca de la gente que ama vivir sola y ver en el aparato de TV lo que se le da la gana e ir adonde se le da la gana sin decírselo a nadie, cosas todas que no me entran en la cabeza (y bueno, una tiene también sus limitaciones). No, no me refiero a vivir sola o solo y entrar a una casa silenciosa y oscura en la que no hay un olorcito a nadie ni un ruidito en la cocina ni una cancioncita tarareada en voz baja mientras alguien se dedica a sus abluciones en el baño. Me refiero al sufrimiento de no tener otro más u otra más. ¿Más qué? Pues más de eso que se junta con amor, a veces con orgullo, a veces con vergüenza. Coleccionismo, vamos, a eso me refiero. Quienes sufrimos de esa enfermedad a la que las OMS no le lleva ni cinco de apunte, sabemos lo que es mirar ese objeto, nada de oscuro y sí mucho de deseo, que hay que tener o morir. Para eso no hay rehabilitación ni centros de atención ni nada, caramba. Apenas unas asociaciones fragmentadas por tema, que le dejan a alguien saber que hay otros álguienes que sufren de lo mismo y que a veces desencadenan horribles dramas dignos de la novela más negra posible. De todo; la gente colecciona de todo. Cucharas, autos antiguos, medallas, miniaturas, grabados, libros viejos, velos de novia (juro que sí), mangos de espadas japonesas (cosas estas que tienen un nombre difícil de recordar y que por lo tanto he olvidado), sobres usados, estampillas desde ya, objetos de vidrio, cuadros, espejos de mano, armas, postales, tirabuzones, enanitos de jardín, barajas, mapamundis, calzadores, tijeras, ceniceros, posters con anuncios de viejas películas, de todo. Y siempre quiere tener uno más, ese, aquel que tiene que poseer ya ya ya. No, ni aunque me paguen voy a decir qué es lo que yo colecciono, no, no, no. Jamás. Pero sufrir, lo que es sufrir, sí, sufro. Y la OMS, ahí, impertérrita.