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Uno por día

Las plataformas de streaming permiten escuchar una música que puede inspirar, sin repetirse, una docena de vidas sucesivas.

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Desde el 29 de diciembre mi calidad de vida experimentó una mejora importante. Ese día, en un canal de Telegram llamado smorgaZZjAZZ (basta inscribirse en Telegram para tener acceso a él), Enrique Bolado comenzó a programar un disco de jazz por día publicando una breve pero sustancial presentación, la tapa del álbum original y una dirección de Spotify para poder acceder rápidamente a él. Bolado forma parte de un grupo integrado por una mayoría de cinéfilos españoles,la que últimamente se agregaron algunos argentinos, y parece un personaje singular. Si uno googlea su nombre, se entera de que nació en 1960, fundó la Filmoteca de Santander y hace poco fue director de Cultura de su ciudad, aunque renunció antes de cumplir un año en el cargo. Profesor de Derecho, entre otras actividades, la principal de ellas parece ser la de coleccionar discos, películas y libros, una obsesión que tiene en España más cultores que de este lado del Atlántico (el coleccionismo ilustrado parece haber casi desaparecido de la Argentina, acaso por un obvio problema económico). 

Lo cierto es que, desde entonces, cada día me levanto y escucho el disco de Bolado, que puede ir de Duke Ellington (que inauguró la serie, como no podía ser de otra manera) u otros músicos famosos hasta figuras oscuras olvidadas y valiosas como el saxofonista Oliver Nelson, el pianista Sonny Clark, la cantante Maxine Sullivan o el trompetista Don Sleet. Hay algo mágico en la idea de que alguien elija la música para nosotros: se parece a un banquete personal organizado por un gran chef en el que estamos dispuestos a comer todo lo que cocine. Pero, además, en este banquete podemos repetir: volver a escuchar el álbum e incluso recorrer la discografía del intérprete. Así, pasé algunos de los días de este enero consolándome de los infortunios de la pandemia y del mundo en general, paseándome por la obra de Mingus y la de Bill Evans o gracias al descubrimiento de una fabulosa caja de Fred Astaire, cuya fineza como cantante no había advertido, y otra de Ahmad Janal, un pianista del que me sonaba el nombre pero nunca lo había escuchado. 

La selección de Bolado tiene un sesgo muy evidente hacia los años 50, en la que, a pesar del generalizado infortunio de sus artistas, el jazz alcanzó su época de oro (igual que el cine de Hollywood, aunque esto es menos evidente). En esa década, además, el jazz atravesó la transición de su período clásico al moderno e inauguró su época de vanguardia, antes de que los tiempos de una música que parecía destinada a evolucionar eternamente se aceleraran hasta disolverse en la fusión inane o en el museísmo. Sin embargo, quedan suficientes grabaciones y una masa crítica de público que permite la reedición permanente y el rescate de un material que no ha perdido su calidad y su frescura. Incluso, a pesar de una calidad de sonido dudosa, las plataformas de streaming permiten escuchar horas y horas de una música que puede inspirar, sin repetirse, una docena de vidas sucesivas. Desde luego, no es lo mismo limitarse a Spotify que tener los discos y escucharlos en un equipo de alta gama. Pero aquí hay que pensar que el jazz alcanzó su gloria gracias a medios tan poco hi-fi como la radio AM y los discos de pasta. En todo caso, les dejo una invitación a compartir esta fuente de felicidad.

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