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cenizas

Ustedes y nosotros

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Todas las guerras son abominables. Desde la primera que se luchó con palos y piedras a la boca de la caverna hasta la tercera que se va a pelear en todo el mundo, también con palos y piedras. Son abominables porque muere gente, mueren personas que tienen nombres, familias, proyectos, vicios, virtudes, oficios. Mueren chicos cuyas muertes equivalen a tres muertes de adultos porque mueren con ellos todas las posibilidades de una vida; mueren mujeres, que no son tan valiosas, ya se sabe… en este mundo, pero que podrían haber dado a luz dos, diez hijas e hijos además de proyectos, profesiones, etcétera, aunque algunos no lo crean. Y cuando muere un ser humano mueren todos los seres humanos. Me resisto a escribir “cuando muere un hombre mueren todos los hombres”, pero ya usted me entiende. Y ahí están, peleando por un pedazo de tierra que por valiosa que sea no vale la muerte de nadie. Unos dicen que hace mil años que están ahí, y los otros, que hace dos mil años que edificaron ahí el hogar. Israel hizo un Estado floreciente sacándolo del desierto. Palestina se convirtió de Estado en juntadero de terroristas. Pero sus mujeres y sus hombres y sus ancianos y sus chicos valen todos lo mismo, sufren todos lo mismo, todos merecen que esta locura se termine. No sólo el Papa tiene que pedir por la paz. Todo habitante de este mundo tiene que saber o tratar de saber o enterarse o medir o comprender lo que está pasando. Y no se trata de tomar partido. Tomar partido desde acá es fácil: tenemos nuestros problemas, quién lo duda, pero no corremos al refugio si oímos las sirenas ni nos espera una bomba cuando estamos en el supermercado. Desde acá, aunque no tengamos a nadie por allá, es nuestro deber comprender. En todo caso hay que mirar a nuestro alrededor y preguntar ¿dónde está Dios?, para que alguna voz nos conteste “la locura es de ustedes; pónganle pues punto final”. Pienso mientras tanto en el hijo de Ana y Pepe, Eli Gorodischer, que está en la infantería, y en la hija de Sarita Z., que está en la aeronáutica, los dos peleando en medio de un viento de locura y pienso en ellos, que son ellos y son todos los combatientes, palestinos e israelíes, y son todos los padres y todas las madres y todos los hermanos, y digo basta. Basta porque ésta no es una manera normal y honesta de vivir. Basta porque la guerra, cualquier guerra, nos mata a todos, uno por uno, como si fuéramos indeseables excrecencias en un mundo que merece algo mejor. No sangramos, no tenemos marcas, no nos van a quedar cicatrices; seguiremos yendo al café y a la tienda y a la escuela pero nunca volveremos a ser los mismos. Aun sin saberlo, aun sin tomar rabiosamente parte por una u otra facción, lloraremos nosotros la muerte de todos ellos, lloraremos, querida señora, creyendo que lloramos por otros motivos; lloraremos porque la Señora Muerte una vez más nos ha ganado la partida. Aunque Eli vuelva a su casa, aunque los chicos palestinos reciban de nuevo a sus padres, habremos muerto con los que quedaron atrás y campos y ciudades y ríos y parques habrán quedado contaminados y cubiertos de sangre y cenizas.