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COBOS, AHUMADA, EL POBRE RACING Y LA SINFONiA DEL NO

Uy, uy, uy, uy, uy

Fue un semestre fatal. Todo salió mal, las decisiones equivocadas fueron siempre ratificadas redoblando la apuesta y la tropa propia terminó dispersándose, lenta, fatalmente. Hasta los que acordaron su llegada por afuera ahora no ven la hora de zafar y despegarse. Alguna gente empezó apoyándolos, tibiamente, por conveniencia quizá, hasta que hartos, se les dieron vuelta. Los reclamos de los que trabajan y cobran menos de lo que producen, son justos. El problema, claro, son esos que no hacen nada y se lo llevan todo, por amiguismo. Lo de siempre.

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“—Señor Smart, ¿cuántos arrestos hizo Control el año pasado?
—No lo sé, senador.
—¿Quién es el Número Uno de su organización?
—No lo sé.
—¿Cuántos casos asignaron a Control el año pasado?
—No lo sé.
—¿Qué haría si fuera despedido, señor Smart? 
—Ustedes no pueden despedirme. Sé demasiado.”

Don Adams en Get Smart (1965), guión de Mel Brooks (Brooklin, 1925).

Fue un semestre fatal. Todo salió mal, las decisiones equivocadas fueron siempre ratificadas redoblando la apuesta y la tropa propia terminó dispersándose, lenta, fatalmente. Hasta los que acordaron su llegada por afuera ahora no ven la hora de zafar y despegarse. Alguna gente empezó apoyándolos, tibiamente, por conveniencia quizá, hasta que hartos, se les dieron vuelta. Los reclamos de los que trabajan y cobran menos de lo que producen, son justos. El problema, claro, son esos que no hacen nada y se lo llevan todo, por amiguismo. Lo de siempre.
Falló la conducción, eso es obvio. Un discurso cerrado, lleno de golpes efectistas que, lejos de impresionar, terminaron por acelerar la caída. Es cierto que se logró superar la terrible crisis de fin de siglo, pero lo que vino después fue un remiendo tras otro, mucho discurso berreta, ningún cambio sólido, un equipo que funcionó fogoneado por la caja y un relevo de timón que aparentaba continuidad pero que, más temprano que tarde, explotó sin piedad.
La coyuntura es engañosa. No existen villanos, culpables únicos; traidores internos o conspiraciones externas. Se trata de un proceso complejo, plagado de errores y necedad. Actitudes soberbias, mal trato, escasa transparencia y una visión conspirativa de la historia. Una derrota sobre la hora, un resultado cantado que de pronto se da vuelta y dejó a todos absortos, impotentes, furiosos. Sucede.
Ahora todo es pelea, confusión, parálisis; nadie está seguro de por dónde pasa el poder real y, aunque todavía falta mucho, el peligro de repetir o aumentar la crisis está ahí nomás, si no rectifican las cosas con urgencia. Hay viejos buitres sobrevolando, a la  caza. El botín es grande.  
No hay caso, Racing –que de eso hablo, también– es un caso increíble. De diván.
Por cierto, la historia está llena de héroes involuntarios. Tipos que andan por ahí, responsables y tan grises, hasta que una extraña circunstancia los coloca en el lugar que jamás soñaron. Sucedió, por ejemplo, con José María Guido, tímido senador devenido en presidente después del derrocamiento de Frondizi, en 1962. Lo hicieron jurar de apuro ante la Corte Suprema, una hábil jugada política que dejó con las ganas al general Poggi, que ya se probaba la banda en la Rosada. Ese guiño del destino no sirvió para arreglar las cosas en este incorregible país, como tampoco le alcanzó a Chuck Wepner para ser campeón, el 25 de marzo de 1975. Por lo menos, el gordo vendedor de whisky se dio el gusto de voltear a un mal entrenado Alí antes de ser noqueado, y su personaje de boxeador Cenicienta inspiró a Stallone para escribir el guión que lo sacaría de pobre, Rocky.
Volviendo a Racing, su inestable derrotero ha premiado con la inmortalidad a anónimos futbolistas como Néstor Sicher, autor del zapatazo del ascenso de 1985 y Omar Catalán, el del gol a Cruzeiro que consiguió la Supercopa en 1988. Por supuesto, ambos partidos fueron… empates.
“No”, dijo el mimo Marcel Marceau en Silent Movie, la desopilante película muda que Mel Brooks dirigió en 1976. Julio Cobos, 32 años más tarde, repitió esa única línea del guión. “No”, susurró el quiet man, inesperado verdugo K. “Uy, uy, uy”, se lamentó a medianoche, cuando supo que le sería inevitable desempatar el histórico debate. 
Se comprende su angustia frente a semejante responsabilidad. Bien lo sabe el Bebeto que, paralizado por el terror, se negó a patear un penal –después errado por Djukic–, que podía haberle dado la Liga de 1995 al Deportivo La Coruña; un hecho que lo marcó para toda la vida. Como la atajada de Roma al pobre Delem. O la definición “Deus siva natura” (Dios, o la Naturaleza), tan temeraria para la época, a Baruch Spinoza, maldecido por cristianos y judíos hasta su muerte, en 1677. A Cobos le pasó con la UCR, y ahora con el PJ, que lo quiere afuera. No es fácil, por más abrazos que haya recibido en su triunfal regreso a Mendoza.
Oscar Ahumada, como el amigo Cleto, no tiene el physique du rol de héroe de película. Es un rústico; un tipo callado, difícil, de poco diálogo con la prensa, gesto tenso y juego sacrificado. Pero se hace notar. Es valiente, no se calla. No lo hizo con los hinchas, ni con los dirigentes. Provocó, con su negativa a firmar, un histórico cambio en la relación laboral de los futbolistas con sus clubes: el acuerdo de renovación automática por el 20% ya es historia para los mayores de 23 años. Quizá todo se ordene ahora, salvo que el club se llame Racing. Allí, las cosas más insólitas... se empeñan en seguir pasando.
Partidos casi ganados, perdidos lastimosamente; cifras dibujadas sin pudor; gente valiosa que dejaron ir y multitudes de troncos, sospechados e impresentables que se quedaron; en fin, una dirigencia soberbia y ciega de poder que abusó de la fidelidad de los incondicionales, desilusionó a los más fieles y enervó a los tranquilos. Todo mal.
Racing es así, único, como este inexplicable y amado país. Ahora habrá que hacer muchos puntos para no pelear el descenso, otra vez. Ojalá tengamos suerte, compatriotas, porque les juro que la vamos a necesitar. Todos, no sé si me explico.