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MILITARES Y GUERRILLEROS

Verdad y compasión

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El ex teniente Ricardo Gandolfo, preso en Marcos Paz, y Héctor Leis, ex oficial montonero y autor de Memorias en fuga, quien se declara “preso” en una silla de ruedas, representan vidas paralelas plutarquianas. Ambos, todavía sin conocerse, buscaron paz en retiros budistas con el mismo lama y comparten la admiración por el papa Francisco, el Dalai Lama, Nelson Mandela. Y por el obispo Desmond Tutu, ex presidente de la Comisión de Verdad y Reconciliación que en el segundo lustro de los 90 logró cerrar para el futuro, mediante la confesión de muchos ejecutores y el perdón de sus víctimas vivas, y familiares, las heridas de la terrible y dolorosa violencia llena de crímenes horribles por parte del Estado sudafricano, en lucha contra la (obviamente) menos eficaz lucha armada del movimiento de liberación negro.

El Estado terrorista argentino de los 70, por el contrario, cayó derrotado por una guerra internacional y la reacción civilista y popular desatada, y no por una larga lucha de masas como en Sudáfrica, que abandonando la acción terrorista para facilitar el fin pacífico del apartheid llevó a la presidencia a Mandela, sobreviviente de una vida en la cárcel. Camino inverso al de nuestra guerrilla criolla, ya derrotada por las Fuerzas Armadas en 1975, antes de que volvieran a derribar por quinta vez a la República.

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El inédito vínculo epistolar entre aquellos ex enemigos –Gandolfo y Leis– lo facilitó Malena, hija del militar, mientras su padre permanecía –aún permanece– postrado en una enfermería penitenciaria junto a decenas de uniformados viejos y enfermos. Una diferencia fundamental los separa: Gandolfo está hoy sentado –por videoconferencia– en el banquillo de los acusados por delitos de lesa humanidad en el proceso a ocho militares que se sustenta en el Tribunal Federal Oral de Bahía Blanca, acusados de diversos grados de responsabilidad en violaciones a los derechos humanos en el centro de detención clandestino La Escuelita, en perjuicio de tres militantes del Peronismo de Base, torturados, blanqueados y juzgados por un ilegal tribunal militar.  Autoconfesado autor de una muerte, Leis nunca será juzgado.   

Otro militar encarcelado, el coronel Rafael M. Braga, al romper un silencio de décadas en pos de la verdad y la reconciliación, provoca el elogio del ex guerrillero. Braga había escrito una carta abierta a los ex mandos de la dictadura firmada como “preso político”. Durante el Proceso revistaba como oficial subalterno –de subteniente, teniente y teniente primero hasta ascender a capitán al alborear la democracia– coetáneamente al actual jefe del Ejército, César Milani. La misiva reclamaba a “los longevos generales del denominado Proceso, Luciano Menéndez, Ramón Díaz Bessone, Santiago Riveros, Reynaldo Bignone, Héctor Gamen y otros la cuota de dignidad que no tuvieron en 1984 para asumir su responsabilidad y culpabilidad en el planeamiento y ejecución de la lucha contra la subversión” como comandantes de zonas y subzonas antisubversivas. 

Igual imputación hace a los coroneles y tenientes coroneles jefes de áreas y de unidades de combate responsables directos de la formación de jóvenes oficiales y suboficiales, y de toda acción contrainsurgente. ¡Caso del embajador de ambos gobiernos K, teniente general Martín Balza! Como teniente coronel, jefe de un grupo artillero, y secundando a un par más antiguo jefe de la Infantería, ejerció a partir de octubre de 1979 la subjefatura del área represiva en Paso de los Libres (ver Obediencia De(b)vida, del capitán José Luis D’Andrea Mohr), ciudad fronteriza con Brasil, donde fueron emboscados participantes en la delirante “contraofensiva” montonera y donde ese año desaparecieron tres mujeres. ¿Balza nunca supo nada? Imposible; pero jamás fue imputado. Su sagaz “autocrítica institucional” (no personal) de 1995, funcional a los indultos de Menem (ver “Hijo dilecto de Videla”, PERFIL 26/05/13), lo había blindado.

Braga se preguntaba si no había llegado el momento en que esos jefes reconociesen que “han engañado a los oficiales subalternos y suboficiales con la puesta en ejecución de perversos planes y órdenes estratégico-militares y operacionales” que sus jóvenes subordinados desconocían. Al increpar al general Ernesto Alais, famoso por nunca haber llegado a destino en su marcha para reprimir uno de los levantamientos “carapintada” en los 80, le exigía que, junto con el Estado Mayor de la Quinta Brigada de Infantería, hiciera “un esfuerzo y recordara qué hizo con el guerrillero Julio Rolando Alvarez García” en lugar de echar culpas sobre los entonces subalternos que “no sabían sus nefastas intenciones” pero hoy cargan injustas condenas en cárceles comunes. Concluía con un “no mientan más”, recordando a sus jefes parados frente a la tropa hablando de moral, transparencia, dignidad, honestidad, abnegación y mando responsable, que nunca cumplieron. 

El condenado ex oficial subalterno reivindica la idea de la reconciliación que había asumido Raúl Alfonsín, al fijar claramente los niveles de responsabilidad entre los que habían dado las órdenes, los que las cumplieron (que serían inimputables) y los que se excedieron al cumplirlas. Reforzando el razonamiento de Braga, Leis destaca que tanto en las organizaciones militares como en las guerrilleras “los individuos actúan dentro de estructuras jerárquicas de estricta obediencia vertical descendente” e invita a retomar el espíritu sanador de Alfonsín “sepultando en el pasado las políticas vengativas que hoy ocupan su lugar”.

La organización Hijos de Presos Políticos representa el dolor de hijos y nietos viviendo y creciendo desesperanzados en ausencia de sus padres y abuelos que van muriendo en prisión por ancianidad y enfermedades. El de millar y medio de jóvenes argentinos apartados de todo calor oficial por portación de apellido, en pie de lucha por el regreso al hogar de sus padres, angustiados por las precarias condiciones carcelarias y deficiente atención sanitaria. Padecimiento tan respetable como el de los millares de hijos y nietos de los insurgentes caídos en desigual combate, o asesinados y desaparecidos. Todos vástagos de una generación que se enfrentó sin cuartel en una guerra civil facciosa.

En el citado libro, señalando la anomalía argentina de haber transformado la tragedia nacional de los 70 en cíclica venganza, produciendo más sufrimiento, Leis afirma que éste no se puede impedir –es parte de la naturaleza humana– pero sí el resentimiento. Frente al odio y la división propios de los fascismos, pide confesión y compasión.


*Sociólogo y periodista. Ex teniente de Artillería (1965-1970).