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REVOLUCION FRANCESA. Para Sartre, la historia nunca es historia sino “historia-para”.

Ayer recibí un mail de Robert Cox que decía: “Gracias por aceptar la invitación de Sudamericana para la presentación del libro de mi hijo, David. Estamos muy agradecidos como familia. Personalmente quiero felicitarte por tu periodismo y también reconocer tu valentía durante más de tres décadas de lucha por valores democráticos”. El libro en cuestión (ver página 12 del suplemento Domingo) es la historia durante la dictadura del diario The Buenos Aires Herald, el único medio que se atrevió a publicar las denuncias sobre las personas que iban desapareciendo, escrito por el hijo de quien fuera su director hasta diciembre de 1979, cuando tuvo que partir al exilio después de mucho resistir y salvar –literalmente– decenas de vidas, entre ellas la mía, en enero de ese mismo año.
Aquellos ingleses valientes: Robert Cox y sus dos sucesores en la dirección del diario, James Nielson y Andrew Graham-Yooll, nos enseñaron a hacer periodismo a una generación que nos habíamos quedado sin maestros porque estaban todos detenidos, exiliados o muertos.

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No sólo nos dieron lecciones de valentía sino una clase de honestidad ideológica, porque ellos eran liberales que estaban en contra de la “guerrilla” y del “terrorismo”, al que así denominaban en sus páginas, molestando a las más radicalizadas integrantes de Madres de Plaza de Mayo, que siempre les reprocharon no haber visto a Montoneros o al ERP como una gesta libertaria, pero eso nunca les impidió publicar lo que sucedía: “Los hechos son sagrados, las opiniones, libres”, como escribió Graham-Yooll en su columna de ombudsman de PERFIL el sábado de la semana pasada, cuando se quejaba por el abuso de adjetivos en varias notas de este diario.
Y siguen siendo un ejemplo para las actuales generaciones de periodistas que confunden militancia con periodismo. Militancia que lleva a muchos a reescribir la historia de los 70 y los 80 de una forma distorsionada que confunde a los más jóvenes y sorprende a quienes tienen algún tipo de recuerdo, aunque prefieran no ir en contra de la corriente.

La reedición de nuestro Bicentenario anteayer en Tucumán, la proximidad de un nuevo aniversario de la Revolución Francesa el 14 de julio, cuyo bicentenario no fue hace tanto porque la Revolución Francesa inspiró nuestra Revolución de Mayo, el hecho de que la palabra “terrorismo” haya aparecido por primera vez en Francia durante la Revolución Francesa, que por primera vez Maquiavelo haya acuñado el concepto de “terrorismo de Estado” en El Príncipe para referirse al reinado del terror de los jacobinos y Robespierre durante la Revolución Francesa, y hasta que los conceptos de derecha e izquierda también se hayan originado allí porque los más revolucionarios se sentaban en la izquierda de la Asamblea Nacional, todo eso me llevó a asociar algunas ideas sobre el recuerdo de aquella Francia del mil setecientos y la forma que tenemos hoy de recordar nuestra Argentina de los 70.
¿Importa la verdad? ¿Importa recordar que en la Revolución Francesa las masacres le hicieron escribir a Víctor Hugo que “la mesa de un largo festín terminó en patíbulo”? ¿Importa recordar que fue un fracaso para la Francia de esos años porque devino en dictaduras más absolutistas y que en 1850 impulsaron a Alexis de Tocqueville a escribir: “La revolución no sirvió para nada”, desilusionado tras el golpe de Estado de Napoleón III? ¿Importa recordar los aspectos humanitariamente catastróficos, como la decapitación de 40 mil personas, entre ellos todos los opositores políticos?
¿O debemos valorar el sacudimiento social que significó como momento estelar de la historia? ¿Mensurarla como punto de ruptura que divide sacramentalmente un antes y un después en la historia humana? ¿Como símbolo de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, y también de la democracia y de los derechos humanos plasmados en la célebre Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789, con Montesquieu, Voltaire y Rousseau como padres espirituales?

El paraíso no tiene historia, dicen los expertos. Y a la Revolución Francesa, como a tantos otros hechos que ideológicamente resuenan en el presente, no habría que juzgarla sino comprenderla. Sin necesitar apelar a la “historia ficción” para dar mayor espesor y consistencia al presente. Ambas realidades conviven en la Revolución Francesa: las ideas de tolerancia, benevolencia y humanidad de sus intelectuales, con las matanzas, las ordas temerarias y el egoísmo devastador de los nuevos privilegiados.
Durante años, en Francia, los libros de texto de las escuelas obviaron la época del Terror de la Revolución. Hoy ya no. Quizá por lo que decía Ortega y Gasset: “Los molinos de la historia muelen despacio”.
Quizá también llegue en la Argentina el momento en que no sea necesario para la política tomar la historia como una invención, ni apoyarse en mitos que cumplan el papel de agentes históricos del presente. Ni haya más que elegir entre una historia que enseñe más y explique menos, y otra que explique más pero enseñe menos.
En Filosofía de la historia, Kant escribió que la historia es la ejecución de un “secreto plan de la naturaleza” para desarrollar la disposición originaria del ser humano que es la ley de la libertad. Robert Cox y aquel mítico The Buenos Aires Herald nos dieron una lección de cómo se defiende la libertad.