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Viajes imaginarios

En Memorias inmorales, Eisenstein habla de un fallido viaje a Buenos Aires invitado por Victoria Ocampo, con el que se mostraba muy entusiasmado.

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Estoy profundamente bajoneado, deprimido, frustrado. Evidentemente, algo mal hice en la vida, pero no logro saber qué (siempre es difícil discernir las causas de nuestros fracasos). Paso a explicar: ahora que sabemos lo que siempre supimos (como decía Borges: “Prefiero los inventos ya inventados”), es decir que Macri y su SIDE espiaban a medio mundo, yo no estoy en la lista. ¡Cómo es posible! Yo, que dediqué mi vida al anarquismo de izquierda (antes hubiera dicho “libertario”, pero no sé por qué ni en qué momento tal noble concepto tomó un uso fascista), que escribí novelas de denuncia social, ensayos iluminadores, que realicé traducciones impecables, que incluso, durante un cierto tiempo, edité este mismo suplemento Cultura (obviamente en su mejor época); yo que defiendo ideas subversivas, valores transgresores, palabras agudas; yo que jamás voté al macrismo y que me imagino votándolo únicamente si secuestran a un ser querido (y ni siquiera estoy seguro), que combatí y combato frontalmente al neoliberalismo –que no es (solo) una política económica sino un modo de vida que coloca la crueldad en el centro del lazo social–; yo, que soy todo eso y mucho más, no figuro. ¡Increíble! ¡Hasta a Ricardo Forster espiaban y a mí no!   

¿Y ahora qué hago? Tengo que escribir esta columna (todavía me faltan 2 mil caracteres) que no le importa a nadie, ni siquiera a Macri y su SIDE. Qué desaliento. ¿Sobre qué puedo escribir? No sé, denme un momento para pensar… Ya se me ocurrió: sobre Victoria Ocampo. O, mejor dicho, sobre cómo en los últimos meses me topo con su nombre en lugares inesperados. Primero –sobre esto dediqué uno de estos entretenimientos dominicales hace unos meses– en las Memorias inmorales, de Eisenstein, en torno a un fallido viaje a Buenos Aires invitado por Ocampo, con el que se mostraba muy entusiasmado. Pero ahora me la encuentro en uno de los lugares menos pensados (o no tanto, tal vez): en la Correspondencia de Walter Benjamin con Gretel Adorno (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011, traducción y notas de Mariana Dimópulos). En una de sus últimas cartas, fechada en París el 17 de enero de 1940, escribe Benjamin: “Por cierto que hay una de esas novedades, bastante rara, que acaba de aparecer en Argentina. Fue hasta ese lugar adonde Caillois siguió a la célebre Victoria Ocampo, femme de lettres argentina, en el curso de una intriga amorosa. Acaba de publicar allí, en un pequeño volumen, un alegato contra el nazismo que retoma, sin matices ni modificación alguna, aquello que ocupa a los periódicos del mundo entero”. Las cartas de Benjamin de París tienen, de fondo, una cierta mundanidad (sus relaciones con Adrienne Monnier, con Sylvia Beach, incluso con el propio Collège de Sociologie, más allá de la evidente malicia contra Roger Caillois). Pero su côté paumé seguramente le impidió conocer personalmente a esa señora “célebre”. En su Correspondencia con Erich Auerbach (Ediciones Godot, Buenos Aires, 2015, traducción de Raúl Rodríguez Freire) hay un momento en el que, por recomendación de Auerbach, Benjamin estuvo a punto de obtener una cátedra en Brasil, proyecto que finalmente no prosperó. Quién sabe, si hubiera conocido personalmente a nuestra dama millonaria, tal vez habría recibido una invitación a Buenos Ares. Aunque dudo que la hubiera aceptado.