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Vicentin en su laberinto

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El año belgraniano es buena excusa para repensar la patria y sus monstruos. Duele recordar la absurda muerte del héroe, aquel 20 de junio de tres gobernadores y ninguno. Belgrano se fue en silencio de esa patria que no había podido ser. 

Es que la patria es una construcción del lenguaje, una ficción utilitaria, una cadena de ADN de argumentos de doble misión: autosostenerse como apariencia y suspender las preguntas que la derribarían. 

Vicentin abre otra vez la caja de Pandora: ¿es la patria un lugar donde honrar la vida o es más bien el lugar de las garantías necesarias para hacer negocios? 

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Para la derecha (con sus claros intereses, que son los del antagonista: sostener el statu quo) una expropiación es sinónimo de Venezuela, de ilegalidad y de satanismo. Los créditos que Vicentin nos hizo pagar a todos no le resultan ilegales, porque en el capitalismo (otra ficción) es lícito burlar al Estado para hacer un negocio mejor. 

Para la izquierda esto no es una expropiación ni un acto de justicia sino un vil salvataje: rescatamos periódicamente emprendimientos para que después otro gobierno de derecha los privatice o sus propios compradores nos litiguen, como en YPF.

La pandemia descorrió un velo bestial. Hay discursos que se producen todos juntos, en una misma factoría: anticuarentena, libre mercado, propiedad privada. No hablo de los hechos, de los que poco puede saberse con las pobres herramientas que tenemos para llegar a lo real, sino de los discursos. Que mueran unos cuantos, que nos garanticen el comercio, que la propiedad privada sea siempre privada, que la 125 dé no positivo: es un relato de muerte, muy bien estructurado, en el que la vida humana no juega un gran rol. 

El otro relato es de vida, mal que le pese a la izquierda, al indeciso o al incrédulo (me anoto en las tres casillas). Cuidar la vida todo lo que se pueda, no salir como zombies a trotar por Palermo y hacer valer para la Patria esa empresa que defraudó al Banco Nación son asuntos que salen de una misma galera. No tenemos mucha idea de cómo será esta expropiación, pero el Gobierno se las ve jodidas por ambos lados. La palabra comunismo le pone al relato un sabor que asusta al medio pelo. Sóoo al medio pelo, porque el verdadero garca sabe que no hay antecedentes expropiadores en el credo kirchnerista y sabe también que de comunismo hay poco en la medida (salvo que también la Merkel sea comunista): la expropiación es mejor que la cárcel (la otra opción que no está pudiendo entrar en el relato). Porque hay que gobernar para todos, incluso para los saqueadores. Pero rescatar una empresa en quiebra tampoco aporta mucho. A lo sumo, granos significa dólares y los quieren para pagar una deuda ilegítima y no para hacer patria.

Ay, Patria mía. Así no se va a poder. ¿Expropiar, comprar gratis, hacerse el boludo? ¿Hay alguna opción que satisfaga a todos? Pues no la hay. Así que, ¡coraje!.