COLUMNISTAS
Apuntes en viaje

Vida de matón

Esculpido con firmeza, ostentaba un chaleco blanco sin mangas, lo que acentuaba los temerarios tubos montañosos; anudado sobre la frente el pañuelo; anillos y cadenita de oro.

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Vida de matón. | Marta Toledo

Llevo tiempo pensando en la posibilidad de confeccionar un texto de manera tal que al lector le resulte imposible seguirlo dentro de los parámetros convencionales; establecer así un compromiso que lo arrincone a un esfuerzo elástico por exfoliar el destierro apresurado de la sintaxis, para fabricar juntos un nuevo mundo donde estimularnos, como hacen los poetas. Pero siempre acaba por vencerme la versión conservadora que anida en mí, aquella que me recuerda que este espacio trata sobre apuntes que tengan al viaje como protagonista.

Como sea, este verano leí mucho. Como nunca antes, creo recordar. Como si tuviera que rendir libre mañana mismo la formación universitaria de cinco años calendario. Como si mi vida dependiera de ello. En algún punto, quizá forzado en los extremos, puede que sea cierto esto de la crisis de la mediana edad. Crezco, merezco, corro detrás. Siempre detrás. En esto estaba cuando la pista volvió a repetir la estrofa: “Acá está el matón que amas odiar”.

La primera vez que escuché algo de Tupac Shakur tenía 23 años, el cabello acortinado sobre la espalda, remera de Nirvana y creía en la Revolución Cubana. Por entonces, MTV funcionaba como hoy lo hace YouTube, de modo que arrimé mi anatomía hacia el televisor que escupía en la cocina y ahí lo vi. Dije: primero escuché. Esculpido con firmeza, ostentaba un chaleco blanco sin mangas, lo que acentuaba los temerarios tubos montañosos; anudado sobre su frente el pañuelo; anillos y cadenita de oro, zapatillas galácticas. Nada fuera de lo normal en el corral gangsta de los videoclips. Pero había algo que no dejaba de inquietarme: la actitud bravucona no sintonizaba con su mirada de niño tierno. Con el tiempo, horas de escucha, lecturas traducidas de sus letras a cualquier hora de la madrugada, comprendí que de eso se trataba. Porque este artista hablaba con el cuerpo, con la carne saliéndose del envoltorio. Y en esos destellos de cazador diestro, encontró la forma de cautivar para luego aniquilar. Ojitos, hasta que te tenía a dos sílabas de su verba.

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En escasos seis años de carrera, Tupac se volvió uno de los protagonistas musicales del siglo XX; su influencia cultural se propaga como reguero de pólvora por las productoras musicales. Muchos de los artistas que hoy engordan Spotify le deben al inventor de todo. Cuando en 1993 salió a la venta su segundo disco, Strictly 4 My N.I.G.G.A.Z. –nutrido con la colaboración de Ice T y Ice Cube–, quienes estábamos sobre él nos rendimos ante la frase: “Nadie tiene derecho de decirle a una mujer cuándo y dónde ser madre” que contiene el tema Keep Ya Head Up. Una vez más, como aquella frase de Kafka: “Infinita esperanza, solo que no para nosotros” 

Mis hijos alguna vez me preguntaron: ¿qué dicen las letras? Básicamente: blancos putos, aguante el oeste, muerte al este; policías asesinos. Pero sería muy injusto como reseña. Tupac se formó leyendo a Shakespeare, a Maquiavelo. La mencionada Keep... no solo contiene una luminosa reivindicación del rol de la mujer, sino que además pulveriza estereotipos patriarcales que hoy nos parecen moneda corriente. Pero no, hablamos de inicios de los años 90. Un rapero forrado de oro que pasea su radar contemplativamente exquisito por las necesidades y carencias de los guetos, acrecentadas por la violencia cotidiana del Estado blanco y opresor. 

Escribo esto que ahora leen ustedes de una sentada. En la redacción, las rutinas imponen lógicas productivas muy aceitadas. Me quedé sin espacio, y sin tiempo: el encargado de imprimir estas páginas me está esperando.