Hoy somos parte de un experimento natural. Casi sin pensarlo, y con nula o baja resistencia, sociedades con normas y costumbres completamente dispares accedieron a un escenario en el que sus vidas se encuentran detenidas. Para muchos los días son inconducentes, otros pasamos mucho tiempo pensando a dónde queremos ir, navegando imprevisibilidad: no vemos horizonte temporal, nos cuesta comprender el mundo a nuestro alrededor por no contar con el conocimiento técnico para comprender lo que sucede en toda su complejidad, vivimos esta experiencia con incapacidad de planificación económica y financiera, y vemos nuestra independencia reducida. Estamos más que nunca en el pasado cercano mirando al Estado buscando respuestas para nuestra sustentabilidad y capacidad de tener lo que deseamos ya sea un plato de comida, educación, mantener a flote un emprendimiento o continuar creando empleo. Es difícil entender qué queremos, qué será posible y cuál es nuestro proyecto de vida.
El experimento natural global también se da al nivel de los liderazgos. Y pone de relieve la importancia de contar con líderes idóneos que independientemente de su ideología comprenden el valor de la ciencia y evidencia, abiertos a escuchar y consensuar en sus tomas de decisiones. Esta ha sido la diferencia entre salvar vidas y no hacerlo. También refuerza la teoría sobre cómo sería un mundo en el que las tomadoras de decisiones fueran en su mayoría mujeres. El costo de contar con estos liderazgos siempre fue humano, pero mientras antes la consecuencia eran vidas incompletas hoy son vidas perdidas.
El Estudio Nacional de Juventud en 2018 nos proporcionó evidencia sobre cómo transitan sus vidas los jóvenes de nuestro país. Y la evidencia es preocupante: 46% no sabe cómo buscar trabajo, 42% no sabe cómo desempeñarse en una entrevista laboral y el 67% cree que la escuela no logra equiparlos para el mundo moderno. También reveló cómo las diferencias socioeconómicas afectan la experiencia individual: mientras los jóvenes que crecen en hogares con mejor desempeño socioeconómico pueden postergar la maternidad y paternidad, transitar entre espacios urbanos, consumen bienes culturales y perciben el empleo como una realización personal; los que nacen en contextos de mayor precariedad transitan existencias con un alto anclaje local, en las que la falta de información y herramientas imposibilitan la planificación familiar, con menor variedad de bienes culturales y en las que el trabajo se percibe como una obligatoriedad relacionada con la subsistencia. Estas experiencias cuentan con muchos días inconducentes, horas pensando a dónde ir, resulta difícil entender qué se quiere, qué será posible y cuál es el proyecto de vida.
El Estudio de Juventud nos proporcionó evidencia. La experiencia del Covid-19 nos proporcionó de un modo muy cruel una ventana para entender parte de la experiencia de millones de argentinos que viven sus días con un nivel de incertidumbre imposible de comprender por muchos anteriormente. Y ejemplifica de un modo extremo que solamente va a estar bien el conjunto, cuando estemos bien todos ¿Será este el quiebre que cambie la discrecionalidad de los espacios en los que vemos nuestro bienestar? ¿Vamos a hacer uso de la evidencia en la creación de nuestras preferencias? Este puede ser el momento en el que cuando sigamos mirando al Estado buscando respuestas, nuestro reclamo ciudadano esté unido comprendiendo que el bienestar individual es inútil sin un bienestar colectivo. En el que la experiencia de transitar la imprevisibilidad y una dependencia del Estado en un nivel que nos incomoda, nos haga priorizar una visión de desarrollo más inclusiva de experiencias que hasta ahora no podíamos empezar a comprender. Esa puede ser la diferencia para que más argentinos transiten existencias en las que una mayor predictibilidad les permita tener un proyecto de vida.
* Master en Estudios de Desarrollo por la Universidad de Sussex. Becaria de la Fundación Obama.